viernes, 7 de septiembre de 2012

Primer contacto con el Pirineo Francés: ¿El final del paréntesis?






Nunca imaginé, cuando me vi en medio del bajón montañero confirmado con el plan frustrado de Sierra Nevada -sobre lo que sugerí aquí un posible replanteo-, que antes de haber visto clara la salida de ese paréntesis, materializaría uno de los viajes que más he deseado por el Pirineo en los últimos años, si no el que más: el que me permitiera conocer al fin la vertiente francesa, y en especial sus dos caras norte probablemente más famosas, la del Vignemale y el circo de Gavarnie, que desde que había visto en fotos añoraba contemplar con mis propios ojos.





Cuando agosto ya estaba encima, tuve en cualquier caso que pensar en cómo aprovecharía las vacaciones, y entonces recordé el viejo plan. Pero no me parecía que realizarlo en una etapa en la que ya no disfrutaba tanto de la montaña como en temporadas anteriores, fuese precisamente la mejor manera de cumplir un sueño de aquellas temporadas. Aunque tampoco podía saber en qué año volvería a tener aquella misma motivación (si es que regresaba). Incluso bien podía ser precisamente ese viaje el que cerrara el paréntesis, en un sentido o en otro (vuelta a los viejos tiempos, o confirmación de que tengo que buscarme otras actividades nuevas).





Lo cierto es que, desde que me planteé el paréntesis, había reducido con mucho mi ambición montañera; ya no me preocupaban tanto las cimas, bajé claramente la frecuencia de las excursiones, y procuré que éstas fueran más o menos asequibles y sobre todo tranquilas y contemplativas, más que deportivas. Y por un lado había aprendido a no estresarme sobre si me apetecía o no salir a la montaña, sintiéndome mucho menos obligado, al tiempo que aguafiestas como la meteorología adversa o los compromisos ya no me provocaban prácticamente quebraderos de cabeza; por otro las pocas excursiones que hacía las disfrutaba sin alardes de experiencia inolvidable, lo cual también me agradaba en parte al no esperar de antemano las emociones de años anteriores (disfrutar serenamente y punto); pero por otro lado no podía obviar que sentía que me faltaba algo, puesto que la montaña había sido un impulsor de mi estado de ánimo durante muchos años.





En ese contexto de lo que he llamado “el paréntesis” o “el replanteo” (aunque lo segundo, en caso de dar lugar a conclusiones o decisiones, prefería que surgiera sólo), no era mala opción realizar la excursión de la cara norte del Vignemale y del Circo de Gavarnie con esa misma filosofía de “haremos lo que se pueda, y si no se puede –por el cansancio, o por la meteo, o por desgana, o por lo que sea-, tampoco nos tenemos por qué deprimir”. O sí, ya veremos…





Y finalmente creo que ha vuelto a salir un viaje con la misma recompensa positiva y satisfactoria aunque no excesivamente eufórica de los pocos que he hecho dentro del “paréntesis”, y que he seguido reflejando en el blog. Eso sí, con una serie de ingredientes que, aunque posiblemente me habrían admirado o resultado más inolvidables hace unos años, sí que me han dejado un poso especial, de viaje del que a la vuelta cuesta regresar mentalmente aunque ya se haya hecho físicamente.





Por un lado está, de nuevo, el Pirineo. La maravillosa e irrepetible cordillera que tantas satisfacciones me ha dado. Pero ahora, además, por la vertiente que no conocía, la norte. Y si ya tenía idealizadas estas montañas a través de mis viajes por su territorio español, ahora he vuelto a subir mi valoración de las mismas al descubrir, de nuevo, que las caras septentrionales casi siempre mejoran a las meridionales. No sólo valles transversales más largos, interminables y de laderas fuertemente desniveladas, sino sobre todo la vegetación, de nuevo, como en la Cantábrica, mucho más frondosa, de bosques inmensos y aparentemente insondables. Un lugar en el que la primavera parece eterna.





Por supuesto, están los objetos de deseo, esas formidables caras norte del Vignemale y el Circo de Gavarnie, parajes que ya eran predilectos para los pioneros del pirineísmo como Henry Russell, y que a pesar de la actual masificación turística –sobre todo en el segundo caso- siguen hoy en día pareciendo cuadros de pintura romántica con la naturaleza idealizada, decorados de películas fantásticas, escenarios idílicos, nuevo ejemplo de lo admirable de una grandeza y de una belleza que irónicamente proviene de azarosos procesos orogénicos, como mencioné en la anterior entrada sobre el Naranjo de Bulnes.





Y los otros paisajes encontrados sin sospechar su abrumadora amplitud y perfección, como el Barranco d´Ossue bajando del Refugio de Bayssellance, con su final en las impresionantes Oulettes d´Ossue. De nuevo, la sorpresa del paraje no esperado provocaba un despertar más intenso de los sentidos y emociones que, paradójicamente, en los dos lugares que tantos años llevaba deseando conocer –sin negar que la satisfacción al cumplir también con la presencia en éstos fue más que completa-.





Luego está la experiencia, el viaje, con sus vivencias y anécdotas. Por un lado, la parte montañera o senderista en sí, que a pesar de ese punto de vista de no volvernos locos por cumplir objetivos, en cualquier caso tenía su aquel en cuanto a distancia y desniveles. Al fin y al cabo, se trataba de una travesía de varios días con todo el material a la espalda, incluyendo tiendas de vivac, como de costumbre, lo que ya lleva asociado el toque aventurero que, más en un escenario como el Pirineo, siempre deja un poso de actividad exigente y memorable, aunque no haya pasos técnicamente complicados en la ruta. Y la incertidumbre de la meteorología, que de hecho limitó parte del itinerario, obligando a desechar posibles añadidos. No obstante, nos respetó lo suficiente para llevar a cabo el plan básico –otra cosa hubiera sido, y otro ánimo tendría, supongo, si lo hubiera echado a perder como en Sierra Nevada-; además de que añadió el ingrediente de las tormentas eléctricas acompañadas de granizo, una en plena noche dentro de las tiendas (que aguantaron bien) y otra durante la propia caminata, bajando del Refugio de Baysellance: más toque aventurero, más batallitas que recordar y que contar.



Como también tuvo su gracia la huida improvisada del mal tiempo en Gavarnie, a base de enlazar varios autobuses y trenes por Francia, lo que nos permitió hacer algo de “turismo express”, y también conocer esos espectaculares valles de la vertiente norte del Pirineo.



El resultado, en definitiva, fue que a la vuelta en casa, y como ya he dicho, daba la sensación de que mental y emocionalmente no había vuelto del viaje. Es más, puedo decir que el estado de ánimo tras este viaje es distinto al anterior, me siento más a gusto y positivo (sin estar ni mucho menos eufórico), habiendo dejado atrás unas semanas o meses de cierta apatía, en una época del año en la que no suelo tenerla. Puede que haya más razones aparte del viaje, supongo que hay varios eventos que se presentan en breve y en los próximos meses (de varios espero hablar por aquí) que estoy deseando que lleguen, puede que incluso el momento que vive mi equipo favorito influya, pero en cualquier caso hay un cambio en este viaje.



Lo cual me hace pensar si no habré salido ya del famoso paréntesis, sin necesidad de replanteo, o con apenas unos pequeños cambios de actitud que confirman el mismo. De alguna manera, puede que ya le haya cogido el gusto a esta nueva manera de disfrutar de la montaña, menos intensa, saboreada con menos ambición y precipitación, sin obligarme a salir pero tampoco a quedarme en casa. Simplemente, cuando apetezca. Es pronto para asegurarlo, el tiempo lo dirá. De momento, y respecto al blog, me gusta haberme librado de la mecánica de plasmar previamente los planes, con una numeración que posiblemente los convertía en fríos. En realidad, aquello surgió en parte como una especie de ironía hacia la idea de que en la vida haya que planearlo todo al dedillo, lo cual va en contra de la filosofía del escapismo; al final, partiendo de una burla, se había convertido probablemente en lo contrario de lo que pretendía expresar.



Descripción del viaje en Pirineos 3000.

1 comentario:

  1. La visión de la cara Norte del Vignemale y esa noche bajo sus paredes; un antes y un después en la percepción que uno tiene del pirineo. A mí me impresionó y ya he repetido varias veces. Supongo que te ocurrirá igual...
    Eso sí, has pillado un año extremadamente seco, un año más normal, con más "blanco", es aún más bello.
    Guapas fotos en la cascada de Gabarnie...
    Un saludo, salud y mucha montaña. LUis

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