viernes, 14 de noviembre de 2014

Annapurna, primer ochomil (Maurice Herzog, 1953)

Al margen de que hace algún tiempo que la literatura de montaña, aunque me sigue gustando, ya no me impresiona tanto como en las primeras lecturas (quizá en consonancia con lo que me pasa con la propia práctica del montañismo), creo que con Annapurna primer ochomil me ha ocurrido algo más sencillo: Ya me sabía la historia.

Tampoco sé si eso es un motivo realmente definitivo de que no me haya resultado una lectura al nivel de lo mítico del título, porque lo mismo podría decir de cuando leí Tocando el vacío de Joe Simpson (antes había visto el también impresionante documental), y sin embargo se trata del libro que seguramente más me ha impactado nunca, incluyendo todos los géneros literarios. Aquí tal vez hay que añadir la otra razón apuntada: La obra de Simpson sí está más o menos entre las primeras que leí sobre alpinismo, en pleno auge de mi apego a ese tipo de literatura.

Sin embargo, creo que hay que reconocer algo más, sin ánimo de echar por tierra -desde mi modesta posición de mero aficionado- a uno de los clásicos de la historia del montañismo. Si bien considero a Joe Simpson a alguien con un enorme talento como escritor, me parece que Maurice Herzog no deja constancia en su libro sobre la primera ascensión histórica al Annapurna de una gran brillantez con la pluma. Es algo que me parece haber leído a Iñaki Ochoa de Olza, no sé si en el foro de Sistema central o en su libro Bajo los cielos de Asia, aunque creo que con palabras más rotundas.

Yo no llegaría a ser tan categórico como Iñaki; Creo que Annapurna primer ochomil no está mal escrito, ni mucho menos, pero tampoco es una gran obra literaria, no a la altura de la legendaria aventura que narra, para mi gusto. También es cierto que por un lado se trata de la “ópera prima” de Herzog en la literatura, y que por otro esto tuvo lugar con el agravante de tener que escribirlo al dictado, pues estaba en el hospital precisamente recuperándose de sus graves lesiones en la propia ascensión.

En cualquier caso, es cierto que la narrativa del libro, aunque resulta interesante y ágil, en general es algo prosaica, lo que contrasta con algunos momentos dramáticos de la trama, que son tratados de forma más teatral de la cuenta; creo que, paradójicamente, en esas partes habría funcionado mejor la naturalidad.

No obstante, tampoco quiero que parezca que el libro no me ha gustado (no es así en absoluto), al haberme puesto a hablar principalmente de lo negativo. Otra cosa es que la idealización que tenía de la historia que ya conocía sobre ésta “epopeya alpina” estuviera por encima de la más extensa de sus plasmaciones sobre el papel. No siempre ampliar lo conocido lo mejora.

En el contexto de 1950, y al margen de lo que supuso ante la opinión pública la conquista de la primera montaña de más de 8.000 metros, ésta aventura tiene un encanto muy especial. Ya el propio acercamiento a la base de la misma es una exploración en toda regla, recorriendo durante días un terreno desconocido, mal topografiado, etc. Nada que ver con las expediciones actuales (y desde hace algunas décadas) que se acercan a los campamentos base incluso en helicóptero. La descripción detallada de toda la logística de las operaciones (que sí es un punto fuerte y bien plasmado del libro) resulta de un interés enorme, en comparación con lo que ocurre actualmente. Los días del ataque definitivo tienen un romanticismo que es difícil encontrar en libros como Mal de altura (que literariamente sin embargo me parece bastante superior) de Jon Krakauer (1).

De cualquier manera, el libro es recomendable para cualquier aficionado a la literatura de montaña (supongo que más aún si no se conoce previamente la historia). Es razonablemente entretenido, y va ganando interés a medida que avanza. Otro de los aspectos que he disfrutado especialmente es el hecho de conocer a parte de sus protagonistas, de haber leído sobre ellos o incluso los propios libros escritos por ellos mismos en el caso de Lionel Terray y Gaston Rebuffat (también escritores notablemente mejores que Herzog), lo que hace que la lectura de este libro incluyera cierta simpatía por mi parte hacia éstos personajes.

De hecho, personalmente me quedo con la descripción que Terray hizo de la misma expedición en su también antológico libro Los conquistadores de lo inútil: Más resumida en términos generales, aunque detallando mucho más aspectos de los pueblos y culturas de Nepal y el Tíbet, de los sherpas, etc., y sobre todo más efectiva en captar la esencia auténtica (o creíble) de lo que pasó en la propia conquista.

Incluso diría que lo que ya había leído aún antes en libros sobre crónicas históricas (Historia del alpinismo de Agustín Faus y sobre todo El Sentimiento de la Montaña de Eduardo Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro) me llegó a impresionar mucho más, especialmente (como es sabido por quien conoce la historia) en el épico descenso del Annapurna, una huida hacia la vida en toda regla. Incluso siendo breves resúmenes de lo que ahora me ha aportado la obra completa de Herzog, aquellos “spoilers” fueron sin embargo pequeñas lecturas muy intensas.


(1): Tengo pendiente tratar en este blog el libro Mal de altura de Jon Krakauer, pero aún no lo he hecho porque me gustaría hacer una entrada conjunta con el libro de Anatoli Boukreev sobre la misma trágica expedición al Everest en 1996 (aún tengo pendiente leer éste último).

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