sábado, 25 de abril de 2015

2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968)

Lo reconozco, la letra de las canciones siempre me ha importado más bien poco, en general. En inglés sobre todo, pero incluso también en español (con más excepciones). Al final, escucho música sobre todo por la música, y supongo que por eso he acabado tendiendo a géneros y estilos especialmente instrumentales –en mayor o menor medida-, sobre todo el rock progresivo. Y si “2001: Odisea del Espacio” fuera música en vez de cine, posiblemente sería rock progresivo (con permiso de la magistral música de la banda sonora, claro).

No niego la enjundia que hay detrás de este mito del cine de ciencia ficción, e incluso disfruto mucho de su parte con más diálogos, aquella en la que la personalidad más destacada y determinante no es la de un humano, sino la del ordenador HAL 9000. Pero la inmensa mayoría del metraje es una película muda, como empezó siendo el cine, durante los suficientes años como para que el séptimo arte sentara e incluso desarrollara sus bases, antes de la aparición del sonoro. Y definitivamente es en muestras como ésta donde se ve que quien en el cine transmite y sobrecoge sin palabras (aunque con la inestimable ayuda de la música de los dos Strauss) tiene el olimpo del celuloide ganado.

Y desde luego, es el elemento “sin letra” lo que más me hizo disfrutar en el reestreno de la película de Stanley Kubrick el pasado 16 de abril. Al igual que otros muchos, acudí por primera vez en mi vida a ver esta película en pantalla grande, y la sensación de fascinación con la elegancia y la grandeza de las imágenes me llevaba a recordar inevitablemente lo vivido hace año y medio con Gravity; en este otro caso por cierto el argumento es mucho más superficial y tampoco me importó; incluso salvando las distancias, podría decir algo similar de Avatar.

El maravilloso baile inercial de las naves y estaciones espaciales al ritmo del vals de Johann Satrauss es un bálsamo para el espíritu, una verdadera escapada. Los momentos espaciales –y terrenales- más emocionantes, aderezados por “Asi habló Zaratustra” de Richard Strauss se convierten en algo sencillamente apoteósico, que hacen que sea difícil contener la excitación en la quietud de la butaca; el ritmo es lento en la pantalla, pero las pulsaciones suben en el espectador.

Incluso la psicodelia del viaje lisérgico casi al final me resultó agradablemente evasiva, y sin necesidad de tomar nada; A parte de las razones apuntadas en el primer párrafo, de la inevitable referencia del subgénero hermano del prog conocido como space rock, así como de la sinfonía prácticamente operística que de hecho es la película en sí, esa psicodelia es otro elemento para comparar las sensaciones de esta película con ese estilo que nacía en aquellos mismos finales de los 60, que es el rock progresivo.

Pero, al igual que también ocurre en los relativamente pocos momentos con letra del rock progresivo, asimismo hay en “2001”, como he dicho y es de sobra conocido, un trasfondo de gran profundidad, diversas interpretaciones, e interminables discusiones. Cuando vi la película por primera vez, hace unos 20 años (por cierto en una pantalla que no era pequeña sino lo siguiente, y que por tener algo viejos los cables el color no acababa de verse bien –era con la que jugaba con mi viejo ordenador-), desde luego entonces entendí muy pocas cosas del film. La comprendí mejor a posteriori, leyendo al respecto de la misma, y viendo la secuela (“2010: Odisea dos”, 1984), donde se explican mejor las cosas.

Dicen algunos que para entender realmente bien la película es conveniente leer la novela homónima de Arthur C. Clarke (cosa que tengo pendiente). También hay quien dice que, en cualquier caso, una película que no se explica bien a sí misma, que precisa de pistas externas para entenderse, no puede considerarse una buena película. No sé si este argumento echa por tierra mi defensa inicial del cine como arte esencialmente visual, ni tampoco si de verdad es imposible entender esta película por si misma sin ayuda ajena (o depende de la inteligencia y cultura de cada cual), ni si el razonamiento dicho es realmente importante. El caso es que, con las ayudas prestadas, el otro día si entendí el argumento mientras la veía, saqué mis propias conclusiones en algunos casos, y me pareció que todo tenía bastante sentido y estaba maravillosamente hilado. Además, disfruté de lo mucho que explican esas imágenes sin palabras pero plenas de significado, por ejemplo (y sobre todo) en toda la introducción prehistórica hasta su mencionadísima súper – elipsis temporal del hueso y la nave, que al mismo tiempo es una metáfora.

No es este el sitio para ponerme a tratar la temática del film; ya se ha hecho en muchos otros, ni yo me veo capacitado para mejorarlo –ni siquiera igualarlo-. Sólo añadiré un “osado” matiz y otra referencia – comparativa cinematográfica (si no se ha hecho ya, que lo desconozco). Lo de que el matiz sea “osado” es por el hecho de discutir a los mismísimos C. Clarke y Kubrick, que negaron la idea apuntada por muchos de que el monolito representase a dios, sino que se trataba según ellos de un elemento perteneciente a una raza extraterrestre superior. Bueno, entendiendo a dios como concepto (al margen de creencias religiosas concretas), no veo excesiva diferencia con lo de los extraterrestres: Ambas ideas hablan de lo desconocido según hechos palpables, del más allá o del cielo – espacio, y sobre todo de la posibilidad de que haya un ser o seres superiores al humano, con especial influencia en nuestras vidas (como de hecho provoca el monolito en la película, cada vez que aparece). Tampoco han sido escasas las culturas que a lo largo de la historia han relacionado ambos conceptos, ni faltan otros ejemplos cinematográficos (y aquí viene la referencia – comparativa que mencioné al principio del párrafo): La simbología que hay detrás (y no tan detrás) de “Encuentros en la tercera fase” de Steven Spielberg. Aunque también es cierto que, una vez que la historia de “2001” se supone que simboliza más bien la idea del superhombre de Nietzsche, se entiende que los tiros van más bien por la idea del filósofo alemán de que “Dios ha muerto”.

Con eso y con todo lo que falta (que no es precisamente poco), aun así me sigo quedando con la “música” más que con la letra de la película, y con todo lo que ello transmite (y desde luego también con la conexión entre ambas). Sobre todo en ese sentido, el otro día fue sin duda una de las ocasiones en las que más recuerdo haber disfrutado en el cine desde hacía mucho tiempo…

…De no ser por un problema que no tengo más remedio que mencionar: En mitad de la película, aprovechando el intermedio de la misma, aparecieron en la sala cuatro tipos disfrazados de monos haciendo chorradas y vacilando a los espectadores, al más puro estilo de animadores carnavalescos o de despedida de soltero. Ni qué decir tiene que era algo totalmente fuera de lugar, por mucho que se quiera entretener a un público joven que, si lo que buscaba era eso, desde luego no pintaba nada yendo a ver este tipo de película. La manera en que esto cortó la tensión de la película, precisamente en uno de los momentos más intensos de la misma, es el único pero de una tarde inolvidable.

Qué se le va a hacer; por muchos años de evolución que llevemos, hay quien intelectualmente todavía está mucho más cerca del hueso que de la nave…

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