sábado, 4 de abril de 2015

“Montañas de una vida” (Walter Bonatti, 1995)


Hay quien, por indolencia, sólo es capaz de ver en el alpinismo un medio para huir de la realidad de nuestros días. Pero no es justo. No excluyo que, ocasionalmente, pueda manifestarse en quien lo practica cierto componente de escapismo, pero este componente no debe atropellar la razón fundamental que no es huir sino alcanzar”.

Tal vez en este extracto del libro de Bonatti está la razón, o una de las razones, de que haya llegado un punto en el que ya no recibo del montañismo las mismas sensaciones y emociones de hace años: Creí que practicándolo pondría una barrera entre la decepcionante realidad y yo, pero al final la barrera acaba convertida en un espejo, que refleja precisamente la imposibilidad de huir de la realidad (la cual sigue en el mismo lado que yo respecto de la barrera – espejo).

Al mismo tiempo, “Montañas de una vida” me revela hasta qué punto no he sido del todo capaz de trasladar las enseñanzas de mis actividades en la naturaleza a la vida real, precisamente por ese empeño escapista. Y es que el texto del escalador italiano es un ejemplo de cómo el alpinismo, realizado con ética, coherencia y honestidad, puede llegar a ser una escuela para la vida cotidiana. Pero antes hace falta amar esa vida tanto o más que el propio alpinismo.

Lo que también me ha ocurrido leyendo el libro, por esos mismos motivos u otros, es que las razones morales de Bonatti en sus decisiones como alpinista, pareciéndome respetables y razonables, e incluso considerándolas admirables, me resultan más difíciles de entender en el propio mundo de la montaña que en el mundo real (no sé si es una paradoja). “Allí donde no se usan dados cargados para vencer a cualquier precio, existen aún el juego, la sorpresa, la fantasía, el entusiasmo del éxito y la duda de la derrota”, dice no sin acierto el escalador. Sin duda me parece más meritorio conquistar montañas con medios técnicos más clásicos y naturales, como hacía Bonatti, que con los nuevos equipos y tecnologías que se empezaban a usar en su tiempo (y lo que quedaba por llegar), pero tampoco tengo claro, al margen del -para mí- innegociable respeto al medio ambiente y a la integridad física de los demás escaladores, quién escribe las reglas sobre cómo se debe subir. No es que me parezcan mal esas normas éticas no escritas del juego, al contrario, pero en realidad sólo las veo importantes para imponérselas a uno mismo como forma de crecimiento personal y búsqueda de la plenitud (que no es poco), pero no para predicar con ellas sobre cómo deben alcanzar los demás su realización. Sin embargo, en el mundo real lo veo mucho más claro y entendible: Tanto conformismo, indiferencia y pragmatismo han hecho mucho daño al mundo en el que vivimos: la llamada crisis de valores, y las consecuencias que llevamos viendo desde hace años. En este caso sí deberían imperar las normas éticas.

Volviendo a la montaña, ¿qué habría pensado Bonatti de conquistas actuales como la liberación del Dawn Wall en Yosemite? Por un lado, desde el punto de vista del material es una escalada aún mucho más natural que el uso de estribos que el propio italiano utilizaba. Aunque por otro, desde el aspecto técnico supone una preparación previa, física y gestual, mucho más meticulosa y artificial de lo que al de Bergamo le habría gustado, por no hablar de la repercusión y seguimiento mediáticos en directo, intrínsecos del aspecto competitivo que él tanto evitaba. Pero volviendo al aspecto del material, Bonatti criticaba por ejemplo que nuevas vías abiertas en los 60 y 70 carecían de mérito al utilizar compresores de aire para colocar seguros, y la verdadera conquista habría sido abrir esas vías con los medios previos, y si así no se podía, no abrirlas; ¿habría ahora que invalidar las aperturas en artificial llevadas a cabo por alpinistas de la época de Bonatti y anteriores al estar liberándose ahora rutas como la Dawn Wall sin usar estribos?

También podría decirse que cada época tiene su propia ética y sus propias reglas, pero Bonatti objetaría si el progreso lleva a la dirección adecuada, lo cual es una duda razonable. Incluso algún que otro montañero del siglo XIX habría visto lo que luego hizo Bonatti como acrobacias estériles: Con Whymper el objetivo era conquistar la montaña aparentemente inconquistable pero buscando su punto débil, y pocas décadas después, con Mummery, la escalada ya sólo tenía sentido si se buscaba el aumento de la dificultad. ¿Habría dicho Whymper o incluso Mummery que si algo no se podía subir sin estribos, mejor no subirlo? Por eso me parecen tan relativas y difícilmente definibles esas normas éticas, y sobre todo mucho menos de obligada proyección hacia los demás, en el mundo del alpinismo. Otra cosa es la admiración o el ejemplo voluntariamente elegido que pueda suponer para otros, y ahí sí me pondría del lado de Bonatti. Pero eso ya es como en el arte: Habrá quien valore más el virtuosismo técnico que la transmisión de emociones, y viceversa, pero cada artista será libre y digno de elegir la vía de conquista que prefiera, y salvo gustos no tendrá por qué ser mejor una que otra, objetivamente. O como en el fútbol: Será preferible el juego ofensivo y vistoso, pero el defensivo también es legítimo. Lo ilegítimo es vender obras falsas, amañar partidos, o apuntarse una cima a la que no se ha subido.

Lo que es cierto es que, tras las muchas declaraciones de principios del alpinista italiano en su libro, logra transmitir al lector un poso de carácter, de personalidad, y de coherencia, que aportan un valor especial a sus descripciones, las hace si cabe más auténticas. Y digo si cabe porque el estilo narrativo de Bonatti es de por sí natural, palpable, aunque no por ello desprovisto de elegancia o estilo, con capacidad para evocar de forma inspirada la belleza y grandeza de los grandes paisajes de alta montaña; pero en la diferencia que le separa de la poesía de, por ejemplo, Gaston Rebuffat, está el toque de cercanía entre el temperamento italiano y el español respecto del francés. Y ojo que yo disfruté más con el estilo de Rebuffat.

Las aventuras alpinistas en sí no me han conmovido como otros libros lo hacían años atrás –pero supongo que de nuevo por las mismas razones ya explicadas al principio-, aunque hay algunas que me han sorprendido por su increíble inverosimilitud aparente. El ejemplo más claro me ha parecido quizás la conquista en solitario del pilar sudoeste del Dru, con esas acrobáticas improvisaciones para salir del paso en verdaderas situaciones de vida o muerte, en pleno desplome y con cientos de metros de vacío a sus pies. O las situaciones extremas en la norte de las Grandes Jorasses, gigantescos desprendimientos de rocas incluidos. O, en general, todos esos vivacs colgados en pequeñas repisas en medio de la pared, pasando horas y horas de insomnio expuestos a violentas tormentas de viento, nieve e incluso rayos, con temperaturas muy inferiores a los cero grados y la ropa completamente empapada. Precios extremadamente caros a pagar, pero que revelan hasta qué punto en la vida cotidiana nos quejamos de pequeñas incomodidades meteorológicas que apenas suponen una millonésima parte de lo que un ser humano es capaz de llegar a soportar. Por no hablar de otras caprichosas “incomodidades”.

Estoy acurrucado para el vivac en una especie de escalón suspendido en medio de un desierto vertical. Bajo mis pies, aunque inalcanzable para mis ojos, late la vida. Una vida fácil y agradable de imaginar para quien, como yo, está colgado entre cielo y tierra. Pero también es una vida banal y decepcionante si para huir de ella he llegado hasta aquí”.

Como puede verse, la descripción de sus aventuras lleva a Bonatti a acabar haciendo un estudio psicológico de si mismo, y al mismo tiempo una crítica de la sociedad. Un componente especialmente tratado en el libro es la soledad: “Afrontar en soledad la naturaleza más adusta me ha acostumbrado ante todo a tomar mis propias decisiones, me ha enseñado a medirlas con mi metro y a pagarlas con mi piel” (…) “Me he preguntado a menudo si he nacido o si me he hecho solitario. Es cierto que algunas experiencias me han hecho perder muchas ilusiones con respecto a los demás”.

Las reflexiones más interesantes acaban estando relacionadas, no obstante, con esa crítica a la sociedad, y a la alternativa ética que él defiende, desde la enseñanza del alpinismo. Aunque para empezar se expresa en la línea de lo que he escrito en el tercer párrafo (segundo propio) de ésta entrada: “En la montaña se ponen a prueba y desarrollan dotes espartanas que impone la propia naturaleza, pero es difícil trasladarlas a la enseñanza en el vivir cotidiano. Es el eterno conflicto entre dos vidas: sobre el papel podrían parecer afines y que una vida sirviera para fortalecer a la otra, pero en realidad se encuentran en dos líneas que divergen y que, en muchas ocasiones, se oponen. La montaña me ha enseñado a no hacer trampas, a ser honesto conmigo mismo y con todo lo que hago. Afrontada de cierta manera, la montaña es una escuela indudablemente dura, a veces incluso cruel, pero sincera lo que no siempre sucede en la vida diaria. Así pues, si trasladamos estos principios al mundo de los hombres, me veré considerado al instante como un tonto y, en todo caso, seré castigado puesto que yo no he dado codazos, tan sólo los he recibido”.

En la época dorada de la coronación de los tramposos, a los que de forma inaudita mucha gente admira y envidia en vez de censurar por su contribución a la ruina general, mientras efectivamente se utiliza el adjetivo “tonto” al que alude Bonatti para calificar a las personas íntegras, muchas de las conclusiones que extrae el italiano para la vida cotidiana no sólo me parecen mucho más convincentes que la propia ética alpinista, sino que parecen estar escritas una docena de años después del año en que se publicó por primera vez el libro (si bien la corrupción y las crisis no son algo nuevo). Por ejemplo:

Nos preguntamos a menudo qué sentido puede tener el alpinismo hoy en día. Todo aquello que expresa valores humanos, y por lo tanto también el alpinismo, debería merecer respeto. Sin embargo, no siempre es así porque, actualmente, en un mundo que parece cada vez más dispuesto a premiar a los astutos y a los tramposos, a rendirse ante ladrones y corruptos, es difícil auspiciar virtudes como la honestidad, la coherencia, la responsabilidad, el compromiso y los gestos desinteresados del espíritu. Todos sabemos que la verdadera enfermedad de base, infecciosa y contagiosa, se incuba hoy en día en el Estado –al menos en el nuestro- con sus instituciones deslegitimadas y envilecidas, con sus entramados de poder y de intereses personales con demasiada frecuencia escandalosos. Todo esto lleva a que la sociedad, afectada por los efectos del mal gobierno, casi asfixiada por el reflejo de las debilidades propias y ajenas, llega a subvertir o a ignorar los valores más elementales”.

En definitiva, es esa proyección de los valores que Bonatti dice haber aprendido en la montaña hacia la sociedad la parte que más me ha interesado del libro. Y seguramente ese es el "alcanzar" al que se refiere en el extracto con el que he abierto esta entrada, de manera que el alpinismo pasa de ser una huida de la realidad a ser una herramienta educativa para transformar la realidad. Y casi parece que es el poso que el propio autor quiso dejar en su obra, al cerrar él mismo con esta última frase:

El hombre tiene que volver a ser más humano y más limpio, si quiere sobrevivir a ese mundo nuevo que él mismo y para sí mismo ha creado”.

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