domingo, 3 de enero de 2016

Paisajes serenos para tiempos ruidosos



Al final, lo mejor de estos días vacacionales está siendo para mí, como en cualquier otro momento del año, mis escapadas al campo, para no tener que aguantar la vulgaridad de abajo.




El sábado 26 estuve en las inmediaciones de Navacerrada, por el Cerro de la Golondrina y el embalse homónimo del pueblo. Aún no había llovido desde hacía demasiadas semanas, y al levantarse la niebla se percibía cómo la contaminación prácticamente llegaba hasta la sierra, pero aún así respiré mejor ambiente que en la ruidosa ciudad.




El miércoles 30 ya hice un itinerario más exigente, subiendo a Siete Picos y Cerro Minguete desde Cercedilla. La niebla se mantuvo en el pie de la sierra y llanura madrileña durante todo el día, así que la excursión fue algo así como una metáfora de cómo salir de la gris y oscura realidad, ascendiendo a la luz, gracias a la limpieza de las –ahora sí- lluvias previas y a pesar de la escasez de nieve, aunque teniendo que volver al final de nuevo al “ruido”.



En el momento de salir de la niebla, aún se mantenía un velo difuso, que otorgaba al paisaje un toque como de ensoñación. Aparte de que yo llevaba un cierto cansancio o falta de horas de dormir, este ambiente también vino a recalcar lo irreal que parece alcanzar parajes idílicos entre tanta fealdad.



Desde arriba, el mar de nubes engrandecía, como en tantas otras ocasiones, las vistas desde la Sierra de Guadarrama. Era como si ella tampoco quisiera ver lo que se cocía en los mentideros de abajo, frustrada ya de tanta desilusión; Razones no le faltarían para quejarse, con la broma en que se ha convertido su declaración como Parque Nacional, título aprovechado como moneda de cambio para intereses de rápido consumo de los que están bajo la niebla.









Me llamó la atención constatar que el capricho del Río Alberche (que pertenece a la cuenca del Tajo pero nace en la vertiente norte de Gredos Oriental –según lo cual parecería a priori más proclive a desembocar en el Duero-), no se limita (al menos aquel día) al propio curso del afluente, sino que su propio valle era invadido, también al norte de Gredos, por una lengua del mar de nubes desde la meseta sur. Al otro lado de la irrisoria Cuerda de los Polvisos (sin embargo verdadera divisoria del Sistema Central en esa parte), toda la meseta norte estaba libre de niebla. En la naturaleza no está mal visto cambiar de posición, moverse con libertad y sin ataduras, no tener etiquetas. La única regla es adaptarse al medio.




Y a la bajada, lo dicho, tras echar un último vistazo a ese paisaje que sólo a veces se llega a vislumbrar por un tiempo (como cuando llegas a creer que todo se puede cambiar), vuelta a lo de siempre, a la persistente nebulosa… Aún me quedaban dos comidas familiares con tertulias de geométrica fealdad urbana moderna.





Así pues, en los días que me quedan de vacaciones, si la meteorología no lo pone prohibitivo, espero poder hacer alguna escapada más a la sierra. Necesito recargarme antes de volver a las otras tertulias ruidosas, las de oficina…



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