Para dar cierta continuidad al momento de retomarlo, he vuelto a releer el último apartado de dicho capítulo I, titulado "Nuevas miradas", que es el que más me había agradado hasta el momento, al sentirme más identificado con él que con las anteriores páginas.
El final del párrafo anterior se explica fácilmente, pero para ello antes debo aclarar brevemente la intención principal del libro. Aunque ésta se expresa en su propio título, debe añadirse que la búsqueda de dicho "sentimiento de la montaña" la efectúan los autores en la recopilación de escritos tan históricos como la propia relación entre el hombre y la montaña, y van hallando la pista en las manifestaciones culturales que van surgiendo según se va desarrollando dicha relación. En los precedentes remotos del primer capítulo vemos como el hombre primero -en general- teme, mitifica y sacraliza a las montañas, luego se acerca a ellas con interés práctico y, tras la llegada de la ilustración, se forja la relación que llevará al surgimiento del montañismo. Establecido el acontecimiento clave de la planificación, realización física y posterior escritura de la conquista del Mont Blanc a finales del S. XVIII, queda inventado el alpinismo. Hay un antes y un después de dicho acontecimiento, que en el libro se refleja con ese apartado final, "Nuevas miradas" (el "después"), en una serie de manifestaciones culturales y artísticas que expresan percepciones y sentimientos que, sin haberlos yo leído nunca antes, los fui descubriendo en mis primeras patedadas por sendas y mis primeras trepadas por rocas, de una forma similar a como transmiten las líneas inmortalizadas por ilustres autores de aquella época. Más que nunca, el libro me hace sentir parte de un verdadero movimiento cultural, que expersa como pocos el sentir del ser humano ante la naturaleza.
Sin ir más lejos, comienza el apartado con una sugerente frase: "(...) las montañas se suben dos veces, una con el piolet y otra con la pluma, (...)", refiriéndose a la literatura que surge de las ascensiones a las montañas, y poniendo como ejemplo el del propio líder de la conquista del Mont Blanc, Horace Bénedict de Saussure. Pero yo añadiría más, trascendiendo a la actividad y al escrito de la ascensión: Las montañas se suben tres veces: primero con el mapa, luego con el piolet, y finalmente con la pluma. Es decir, la planificación, la ascensión y la literatura (también practicó Saussure la primera para poder subir al techo de los Alpes). Ha sido así desde que se practica el montañismo, y yo disfruto de las tres partes de la actividad, sintiendo que hay una verdadera realización artística en todo el proceso: Primero se compone la obra, luego se interpreta (con mayor o menor número de improvisaciones), y finalmente resulta gratificante el disfrutar de lo que sería el equivalente a grabar el disco o imprimir el libro. A mi nivel no quiero llamarme a mi mismo artista, pero no puedo evitar sentirme realizado con dicha vocación, que realizo desde hace ya tiempo, y que coincide (modestamente) con la expresión cultural a que se refiere este libro. No es casual que con el tiempo surgiera en mí esta actividad en tres fases.
Más adelante refleja el libro sentimientos del propio Saussure, con los cuales también me identifico (y que llevo precibiendo desde hace años, sin conocer entonces estos precedentes culturales): "El espectáculo de la montaña excita en el alma una emoción más profunda... ¡qué océano de pensamientos! Sólo los que se han entregado a estas meditaciones sobre las cimas de los altos Alpes saben en qué medida son más hondas, más extensas, más luminosas que las que surgen cuando estamos encerrados entre los muros de una gabinete". El ilustrado ha salido de la biblioteca y ha subido a la montaña, hallando más emoción en su iluminación que en la de los libros.
Muy interesante me parece una comparación que hizo el famoso filósofo alemán Immanuel Kant (también geógrafo, entre otras cosas) en un ensayo titulado "Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime": Lo bello produce agrado alegre o encantador (campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes y prados con ovejas), y lo sublime produce agrado unido a terror, conmoción (montañas). Y concluye: " (...) la emoción de lo sublime es más poderosa que la de lo bello".
André Monglond, leyendo al pirineista Louis Ramond de Carboniers, extrae los que son algunos de mis alicientes favoritos para practicar montañismo: "Alegría del descubrimiento, iniciación en un mundo desconocido, gusto por el riesgo, pasión por vencer dificultades, belleza de un paisaje y mezcla de emoción y serenidad". Y comparto con el propio Ramond de Carboniers el sentido estético y funcional del orden que hay en el aparente caos de determinados paisajes montañosos.
Pero las citas que más me gustan son nada menos que las del ilustre y polifacético alemán Johan Wolfgang von Goethe , que además de escritor, poeta, científico, humanista y filósofo, fue también viajero - montañero en los Alpes: "esas cimas preceden toda vida y están más allá de toda vida", y sobre todo (no puedo evitar ponerlo con letras de oro): "¿Para qué recurrir a las sensaciones de lo infinito, si aquí lo finito basta para colmar el espíritu?". Yo en realidad diría más: ojalá mi espíritu lograra abarcar todo lo que la montaña y la naturaleza muestra de manera física, porque siempre tengo la sensación de que me dejo algo, que me precipito en su disfrute. Ni siquiera pueden valer a los creyentes como contestación de tan elevada agudeza las palabras de un poeta inglés, T. Gray, que un siglo antes que Goethe había dicho: "Hay paisajes con tal majestad que son capaces de hacer volverse creyente al más furibundo ateo". Tampoco está nada mal, pero su aserción queda contestada y tambaleada por el gran Goethe. Por cierto que esta otra frase la he sacado en realidad de otro libro, "Historia del Alpinismo" de Agustín Faus.
Hablaba en la entrada de mi ascensión a Oso de las sensaciones de la soledad en la montaña. Pues bien, esto no se puede reflejar mejor de como lo hace precisamente el propio Goethe en su libro "Los Años de Peregrinación de Wilhem Meister". Un personaje del libro es un naturalista, retirado y solitario en la naturaleza, que asegura que "para aprender bien las cosas es preciso estar en sus propios dominios, donde éstas te rodean, como quien aprende una lengua en el lugar donde se habla. Sólo en medio de las montañas se puede alcanzar el conocimiento de las montañas, descifrar en sus rasgos físicos las letras con las que forman palabras y, paso a paso, reproducir la escritura de la naturaleza. Ello conduce a ser renunciante de otros ambientes. Esta senda se sigue no sólo por método, sino también por decepción de los hombres". Cuando otro personaje le pregunta que por qué ese gusto extraño por la inclinación más solitaria del mundo, el naturalista responde: "Precisamente porque es solitaria". Casi reproduce, junto a mi mencionado artículo sobre el montañismo en solitario, el encabezamiento de éste mi blog, bajo su título ("el mundo -humano- en suma, me aburre, me decepciona, e incluso me deprime..."). ¿Acabaré siendo un anacoreta? ¿Será ese mi plan de escapada final...? No creáis que no lo he pensado, al menos como idea remota... Al menos me reconforta comprobar que personajes tan ilustres ya pensaron estas cosas varios siglos antes que yo.
Más adelante sigo encontrando afinidad con otros ilustrados del S. XIX. Étienne Pivert de Senancour: "Sobre los montes salvajes una especie de inmovilidad austera prolonga el tiempo y engrandece el pensamiento". Realmente sobrecoje esa quietud cuando se está en lo alto de una cima solitaria. Percy Byssehe Shelley (esposo de la también escritora Mary Shelley, famosa por "Frankenstein") dijo lo siguiente del Mont Blanc tras su viaje a los Alpes, en relación a la frase de Senancour y con parecidos a lo que dije yo en la mencionada ascensión a Oso: "Donde todo parece mudo hay, sin embargo, una voz que expresa la armonía más sensible. El que busque lo verdadero, que suba, pues, hacia los altos valles hasta donde nada haya hecho el hombre, hasta las vastas ruinas del invierno eterno, donde todo dura, nieves, bosques y silencios. Donde nada se desea ni se busca ni se imagina fuera de la naturaleza. Allí, los mismos obstáculos y riesgos de una naturaleza difícil te engrandecen, puedes vivir tu vida real en la unidad sublime proporcionada por las montañas desiertas. Es el lugar del silencio, donde habita la fuerza del mundo, con tanta muerte y tanta vida en su belleza". Viviendo, no escapando...
Y en cuanto al sentido del montañismo como deporte, encuentran E. M. de Pisón y S. Álvaro que unas palabras del poeta, historiador y dramaturgo Federico Schiller sintetizan bien dicho sentido: "Sólo juega el hombre cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es plenamente hombre cuando juega". Realmente, ese sentido del juego para la búsqueda de un objetivo, que forma parte del aprendizaje de nuestra infancia y que luego será nuestro instrumento para "jugar" en la vida real adulta, sólo me resulta vocacional o me provoca ese entusiasmo propiamente infantil cuando practico montañismo; casi todo el resto de la vida me resulta artificial, fruto de un sistema deshumanizador (e inevitable). Los dos autores del propio libro explicarán más adelante el sentido del juego del alpinismo muy bien, como la acción de participar físicamente sobre el escenario del paisaje, percibiendo así mejor, y con todos los sentidos, todos los aspectos de dicho paisaje. Y añaden que dicho juego precisa de la libertad y de la posibilidad de innovar. Concluyen que cada vez quedan menos paisajes en los que poder jugar, y que "el día que se agoten habrá muerto una de las formas humanas de libertad y de creación".
Más ilustres, a los que no hace (o no debería hacer) falta presentar: Unamuno : "Ven y tráete un corazón que vigile y reciba". Victor Hugo : Contemplando el Pirineo, escribe que el paisaje exterior crea en él otro interior, hasta el punto de que sus ojos, puestos en el panorama, acaban por mirar hacia dentro y le hacen ver no ya la naturaleza, sino su espíritu. Suya es también otra frase no reflejada en este libro: "Es triste pensar que la naturaleza habla y el hombre no escucha", la cual gusta mucho a mi amigo Ángel, quien escribió en los agradecimientos de su último trabajo de carrera :"A las montañas, el verdadero mundo civilizado".
Habla también el libro de otras expresiones culturales y/o artísticas que muestran el sentimiento de la montaña, como la arquitectura (hay quien compara las catedrales góticas con las montañas, o quizá sea al revés...), la música (Schumann, Wagner, Schubert, Strauss... que inspiran algunas de sus composiciones en paisajes alpinos), o la pintura. En este punto me llama la atención un cuadro de C.D. Friedrich , pensado para producir al observador la sensación de estar mirándolo como si estuviera en la cumbre de una montaña: El personaje que está de espaldas, ¿está fuera del cuadro o somos nosotros -espectadores- los que ya estamos en su interior?:
De ¿Viviendo o escapando? |
Y si hasta ahora me había sentido identificado con todas esas citas y frases, aquí ya rozo la afinidad más evidente, al recordar esta foto automática que me hice a mi mismo en Gredos en verano del año pasado, sin tener constacia del cuadro de Friedrich:
De ¿Viviendo o escapando? |
No busco con esta comparativa una casualidad casi aparentemente sobrenatural, o una señal luminosa de película de misterio. Es mucho más natural: es ese sentimiento universal que provoca la montaña a los seres humanos, y las tambien similares formas de expersión que buscamos para plasmarlo: Yo pretendía, supongo que al igual que Friedrich en su cuadro, tener con esta foto un recuerdo de la sensación que tuve en aquel momento en aquella cima, para lo cual era necesario el personaje subjetivo, dentro de la foto, que contempla el paisaje al igual que lo hace el observador de la fotografía.
Quiero aclarar que no he pretendido el ridículo atrevimiento de compararme con los ilustres personajes que menciono en esta entrada. ¡¡Ellos descubrieorn lo mismo que yo pero más de 200 años antes, y en una época en que sólo por atreverse a explorar las montañas ya se era infinitamente más osado que ahora por hacer la más difícil de las cimas (y yo no he pasado aún de los cuatromiles, ni de los pasos de nivel II+, por no hablar de la aún más enorme diferencia cultural)!! Mi intención es demostrar hasta qué punto esta afición de "conquistar lo inútil" que diría el alpinista Lionel Terray es toda una corriente cultural de altísimo valor, para lo cual necesitaba buscar analogías en mi propia experiencia de modesto montañero y sobrio bebedor de cultura.
Mucho he dicho ya. Por eso, otra gran frase, esta del historiador francés Jules Michelet , cierra con acierto el capítulo I del libro, casi poniendo la puntilla a todas las citas anteriores, y poniéndomela a mí en esta alargada entrada que estoy ya terminando: "Callaos; terminad vuestros sermones y dejad hablar a los Alpes". No debo sino callarme, pues.
P.D.: Espero proseguir en breve con el capítulo II: "El origen del sentimiento en España".
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La dedicatoria era exactamente: "A las montañas, el verdadero mundo civilizado". No el único, porque, aunque con algo más de bullicio, un bosque sigue siendo más acogedor que la urbe ¿verdad?
ResponderEliminarUn abrazo
Ángel
Verdad. Hay varios niveles de civilización, y varios niveles de idoneidad de un lugar natural para ser convertido en incivilizado; la montaña es el más difícil, y por ello el más susceptible de acabar siendo el último bastón de la civilización natural. Muy buena tu frase.
ResponderEliminarGracias por la aclaración, ya está corregida.