ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados, ni tampoco es del todo aconsejable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.
"En la vida hay otros Annapurnas", decía Maurice Herzog, primer ascensionista de esa montaña, y por ello primer hombre en subir a un ochomil. Sin querer con esto hacer una comparación desmedida, esta vez yo también he sentido que tenía otra montaña a la que enfrentarme mucho más difícil que el propio Posets.
Desde mucho tiempo atrás recuerdo que frecuentemente me costaba conciliar el sueño la noche anterior a una excursión. La preocupación solía ser precisamente la necesidad de dormirme pronto, ya que al día siguiente tenía que madrugar mucho más de lo habitual. Sin embargo, luego respondía bien físicamente en las caminatas y ascensiones, aún habiendo dormido poco y mal. Eso fue eliminándome tal preocupación, y me fui acostumbrando a conciliar mejor el sueño (eso, y después el hecho de tener que madrugar también entre semana). Más adelante volví a las vísperas montañeras en vela cuando empecé a participar en actividades de mayor envergadura, y más aun cuando después me decidí incluso a subir tresmiles pirenaicos en solitario (no olvidaré nunca mis temores previos al Garmo Negro).
Últimamente empezaba a vencer esos miedos y preocupaciones. Desde septiembre del año pasado (Almanzor desde Candeleda) me he embarcado en una serie de actividades en solitario que he podido afrontar con casi total tranquilidad. Pero en este tercer viaje montañero por el Pirineo del año y octavo en toda mi vida tenía una preocupación enormemente más importante que cualquiera de las anteriores, y sí que he llegado a ver más difícil ese reto psicológico que el meramente montañero.
No sólo no pegué ojo el día anterior al viaje; Durante el propio desplazamiento de Madrid a Eriste, Huesca, me sentía a veces acorralado por todo tipo de pensamientos turbadores. Es increíble hasta qué punto se puede volver uno aprensivo cuando ha vivido semanas tan emocionalmente difíciles. La paranoia de inseguridad que se siente cuando se ha visto tan de cerca la fragilidad de la vida, en la persona de tu ser más querido: ¿Le pasará algo mientras estoy de viaje? ¿Me pasará a mí y le daré un disgusto añadido? Esto último es siempre una componente psicológica cuando se hace montaña, incluso en terrenos relativamente fáciles como los que yo frecuento. Pero es que no era sólo la montaña lo que me daba miedo; casi me avergüenza dar ejemplos de los temores que se me llegaban a pasar por la cabeza, típicamente supersticiosos.
Ya en Eriste la sensación seguía sin ser del todo tranquila. Evidentemente, la pregunta era si había sido una buena idea hacer un viaje en solitario en tal estado anímico. Sin poder distraerme hablando con amigos (lo cual es mucho más que una distracción, es un bálsamo). Pero tampoco me parecía conveniente resignarme a no hacer absolutamente nada durante unas vacaciones. Si habitualmente necesito escapar, en esta ocasión esa escapada me parecía vital para no volverme loco. Sólo que en esta ocasión escapar no era algo que consistiera simplemente en el acto de decidirlo y hacerlo; era algo mucho más difícil, algo no físico: hay preocupaciones de las que no puedes escapar, pues van contigo allá donde tú vas.
Y sin embargo, el milagro se produjo. No hubo que enfrentarse a ninguna montaña psicológica. Fue la montaña de verdad, la física pero que parece tener vida propia como transmisora de emociones, la que acudió en mi auxilio y comenzó a sanar mi depresión dándome el aliento necesario, la medicina que necesitaba. Desde el momento en que me puse en marcha hacia el interior del macizo de Posets, pude notar la mejora, a verlo todo de manera más positiva. Y me parece increíble. Porque ya otras veces he vivido esa capacidad de la naturaleza para mejorar mi ánimo, pero entonces eran males "menores" los que trataba de curar: el mundanal ruido, el estres, la rutina, el hastío... Pero la manera en que en esta ocasión he superado algo tan sumamente difícil con sólo introducirme en paisajes pirenaicos me ha parecido asombrosa. Ya no me queda ninguna duda: la montaña será siempre mi mejor medicina, mi mejor psicólogo. Insisto, increíble.
Y así, con ese optimismo renovado, la propia ascensión al Posets me resultó quizá la más fácil que he hecho nunca a un
tresmil pirenaico. Es más, incluso el esfuerzo físico (este sí, muy importante en comparación con otras montañas de la zona), me parecía una ridiculez al lado otras luchas personales mucho más difíciles. Ahora ya no veía aprensión recordando lo negativo de la vivencia cercana de las anteriores semanas; Veía el ejemplo de la fortaleza frente al más difícil de los
Annapurnas como muestra para que los demás no nos asustemos con montañas menores. Si tú estás conquistando ese
tropecientosmil, no hay excusa para que nosotros no nos atrevamos con simples
ochomiles.
Descripción técnica de la ascensiónMás fotos
Qué gracia, ¡hice esta excursión un mes y medio antes que tú!
ResponderEliminarLa pena, que en la cima había una nube que no dejaba ver nada.
Yo la hice con amigas, y conocí allí a gente estupenda, así que la ascensión, en sí, nada que ver con la tuya.
Es angustioso tu relato, hasta el último párrafo; espero que todo acabara bien.
PD También he subido el Garmo Negro (otra nube en la cima y cero visibilidad) y dos Anetos (gracias a Dios, las nubes bastante más altas que la cima). Ningún tresmil más.