"Todos somos mucha gente, todos llevamos a muchos dentro, personas con los mismos recuerdos que nosotros que nos van ganando terreno y al final nos sustituyen. En eso consiste la madurez. En no reconocerse". (Los años extraordinarios, Rodrigo Cortés)
martes, 14 de septiembre de 2010
Cumplido 90: Garganta de Navamediana
En esta ocasión, el "objetivo excusa" de la excursión que daba título al plan fue lo menos interesante. De hecho, diría que, salvo por la mayor presencia de abedules en las orillas del cauce con respecto a otras gargantas de Gredos, ésta de Navamediana es quizá la que menos me ha gustado, paisajísticamente.
Junto a ello (y supongo que influyendo en ello), me acompañó en la primera mitad de la subida el calor propio de las horas centrales del día, consecuencia de los horarios del autobús y de la idea de hacer la ruta en dos días, que me obligaba a no perder demasiado tiempo en la ascensión.
De esta manera pude comprobar, como pocas veces, de qué manera influye en la percepción del cansancio la relativa falta de alicientes, o la dificultad para disfrutarlos si al mismo tiempo estás sudando "la gota gorda". Realmente tenía la sensación de estar en muy baja forma en medio de aquella solanera y aquel paisaje algo agostado, simbolizado en un roble seco (paradójicamente, la suya era una de las pocas sombras que me permitieron un respiro).
Más arriba comprobé que, a pesar de sentirme tan cansado, los horarios que estaba haciendo iban mejorando los que yo mismo había calculado previamente, lo que significaba que tan bajo de forma no estaba, y posibilitaba la idea de descansar un rato en uno de esos "oasis" de abedules junto al arroyo, mientras dejaba que el sol bajara un poco.
Así pues, me refresqué un poco, comí algo, disfruté de la tranquilidad de aquel acogedor rincón, y luego me puse en marcha con mejor ánimo. Y entonces pude comprobar el reverso de lo que había percibido antes: Ahora probablemente tenía más cansancio acumulado y el camino tenía más desnivel, pero el calor ya no era tanto, y sobre todo el paisaje empezaba a tener un caracter más agreste, más rocoso, más montañoso, más atractivo para mi gusto. Y, efectivamente, yo me sentía más en forma.
Llegué a uno de esos lugares de montaña en los que ya te sientes realmente evadido de la civilización; uno de esos paisajes singulares, que sólo descubres tras un gran esfuerzo (tuyo o, a veces, de la ingeniaría, como en los Alpes). Las Hoyuelas es una nava o pradera llana en medio de afloramientos graníticos; un lugar en el que se une lo bucólico con lo espectacular, lo acogedor con lo vertiginoso.
Allí ya no sentía cansancio alguno. No pensaba en mi estado de forma. Mi idea era la de conocer rincones nuevos. Un cartel indicaba "fin de la ruta". Pero una senda continuaba subiendo hacia la cabecera de la Garganta. Pero ni siquiera por esa senda iba a subir yo. Quería progresar por el Arroyo del Gargantón, que desembocaba en la Graganta a la altura de aquel lugar, para llegar de la manera más directa posible a la cima del Meapoco (2.416 m.). Sin senda, sin hitos, sólo con el mapa, la brújula y el sentido de la orientación, para recorrer un lugar nuevo para mí. Me sentía libre, y animado.
Y allí, con el sol declinando, en medio de la más absoluta soledad, y del más absoluto silencio, ni siquiera roto por el rumor de unas aguas, pues el Arroyo del Gargantón estaba prácticamente seco, viví uno de esos momentos mágicos que sólo se viven en estos lugares. De repente el silencio se vio perturbado por un rumor suave pero evidente. Alcé la vista arriba, por encima de la vertical pared sur del vallecito, y vi el cielo colmado de buitres leonados, unos 30 ó 40, que acababan de alzar el vuelo desde lo alto de aquellos mismos roquedos. Más que la visión, me impresionó el efecto del sonido en aquel ambiente inhóspito.
Seguí subiendo hasta que decidí que la luz no era la conveniente como para continuar. Mi idea era haber hecho cima para poder disfrutar desde allí de la puesta de sol, pero no tuve tiempo para eso. Escogí para vivaquear una pradera de las muchas que se encuentran por allí, y me acerqué al Berrueco de Bohoyo para contemplar desde ahí el ocaso.
La noche, de luna nueva, fue una de las más estrelladas que recordaba haber visto desde hacía mucho tiempo. Dicen que el cielo de Gredos es uno de los más limpios en ese sentido; aquella noche no pude estar más de acuerdo. Incluso la cámara pudo registrar la Osa Mayor sin más problema que el uso de la exposición prolongada, y sin quedar eclipsada por la luz de aquellas dos lejanas poblaciones que se veían en el horizonte.
Al día siguiente finalicé la ascensión, con las bonitas combinaciones de luces y sombras de las primeras horas de la mañana, y descubriendo nuevos paisajes en los primeros tramos de bajada, como el Circo de las Lagunillas. Eso sí, al disfrutar relajadamente de estos momentos, el tiempo fue pasando a un ritmo lento de marcha, y la parte final la tuve que hacer medio corriendo y, de nuevo, pasando calor y sudando. Alguna fuente providencial apareció para mi rescate, y finalmente me sobró tiempo para un bañito en las gélidas aguas del Tormes, como ya había hecho antes un par de veces en Navalperal.
Descripción técnica de la ascensión
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Alberto, esta descripción es muy de tu estilo y me rechifla (perdona la expresión). Consigues transmitir tan bien tus vivencias montañeras, entre texto y fotos que es un placer leerte y me entran unas ganas horribles coger mochila y botas y huir a la montaña.
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