Hace más de veinte años que leí por primera vez el archiconocido libro de Hemingway, y ahora que lo he vuelto a revisar, desde otra perspectiva personal bien distinta, además de saborear creo que más intensamente su poderosa narrativa, se me han ocurrido dos o tres ideas, unas más tontas que otras (supongo que todo lo inteligente, profundo o cultural que podía decirse sobre esta obra ya está dicho mil veces, así que yo a lo mío…).
La primera idea es que creo que nos hemos vuelto más tiquismiquis que nunca con el arte (tal vez influidos por los críticos, aunque no sea el caso de la comparación que voy a hacer): ¿Por qué hay tanta gente que cuestiona el guión de la película "Gravity" por la sencillez de la historia que cuenta? Y entonces, ¿qué deberían éstos decir del clásico y magistral relato de Hemingway? Aunque suene manido, menos también puede ser más.
La segunda idea aviso que contiene “SPOILER”, además de ser quizá la más “tonta” (o la que podría parecer más rebuscada o pillada con pinzas; pero qué se le va a hacer: así piensa mi cabeza a veces…). Lo que le ocurre al bueno del viejo que protagoniza el libro me recuerda a la conquista de una montaña: Mientras se sube se lucha contra el “trofeo”, que parece vencido en la cima, para luego desvanecerse entre los dedos durante la bajada, convirtiéndose en lo que el alpinista Lionel Terray llamó “la conquista de lo inútil”: al final se vuelve de vacío, aunque con una experiencia única en el recuerdo y en el saco del aprendizaje pero también del desgaste. Pero sin nada, al fin y al cabo. La gran diferencia es que en el montañismo ese regreso con las manos vacías se da por hecho de antemano, lo que por un lado le otorga su romanticismo propio, y por otro hace que la conquista de esa nada produzca satisfacción incluso cuando ya no tenemos la montaña a nuestro alcance. El pescador frustrado de Hemingway, en cambio, ha perdido una conquista tangible, que además necesitaba por pura necesidad vital. Y sin embargo, la pérdida más dura para él no es la material; o más que la pérdida, la carga emocional de lo vivido, el orgullo herido. Mientras los montañeros muestran (o mostramos) altivos sus fotos de viajes a sus conocidos, el viejo muestra involuntariamente a los demás pescadores la simbólica imagen de muerte del enorme espinazo de su “trofeo”. FIN DEL “SPOILER”.
Y para cerrar el círculo de reflexiones tontas o extrañas que me ha dado por pensar tras leer el libro, volveré a mencionar una referencia del segundo párrafo de esta entrada, junto a otras dos (una de ellas, de nuevo, es esta pequeña gran obra de Hemingway). Se me ocurre de esta manera una trilogía de intensas historias de luchas en solitario casi sobrehumanas en ambientes hostiles (pero muy distintos entre sí): En el espacio, la mencionada película “Gravity” de Alfonso Cuarón; En la montaña, el libro de Joe Simpson y luego película documental “Tocando el vacío”; en el mar, de nuevo “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway. En la primera y tercera referencias, destaco el mérito de la creación de una historia ficticia pero de tono realista (aunque más o menos alimentada por vivencias reales en el caso de Hemingway). En la segunda, la emoción sube un escalón al saber que fue un hecho real, y aprovecho de esta manera para volver a reivindicar el valor de las obras a que da lugar esa “loca afición” de “jugarse la vida” en altitudes extremas. Hay cierto paralelismo con el arte, porque sin ir más lejos tampoco a Hemingway su vida y obra le llevaron a un final precisamente mucho más digno que el de los alpinistas que no regresan con vida de la montaña -que al fin y al cabo es el lugar que les define y hace felices-. Y no son pocos los ejemplos, en esta y otras muchas otras disciplinas artísticas, de finales “abruptos”. Se me entienda: no reivindico esos finales, pero sí un poco más de la comprensión y admiración que sí se suele tener hacia esos muchos artistas que no acaban precisamente bien sus vidas.
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