viernes, 10 de junio de 2016

Sí, estuve en el concierto de Paul McCartney... ¿y?


Parece ser que lo importante es poder decirlo; bueno no, poder no, decirlo: Yo estuve allí. Yo ví a Paul McCartney en directo. Lo de menos es si te gusta o no su música, si disfrutaste del concierto, si conoces su discografía... ni siquiera importa si al menos has quemado el Spotify las últimas semanas escuchando tropecientas canciones que antes ni conocías; no hace falta. Ni siquiera hace falta haber estado en la actuación. Es como el concierto aquel de los Rolling Stones hace muchos años, en el que son muchísimos más los madrileños que dijeron haber estado que los que físicamente cabían en el estadio, y que se sepa no hubo overbooking (o al menos eso cuenta la leyenda). Y, volviendo al del ex-beatle, viendo al día siguiente por la tele a algunos famosos haciéndose las fotos de rigor en el Calderón para la prensa rosa, todavía me queda más claro: Hay artistas que obligan a figurar.

Pero ocurre una cosa. Afortunadamente, este blog sólo lo leen cuatro gatos, así que en mi caso no es postureo. De hecho, lo diré abiertamente: El anterior concierto en el que estuve, el del ignorado y condenado al ostracismo José Carlos Molina y sus Ñu, y por tanto óbice para que te digan: "Mira que eres raro escuchando eso", o peor: "¿y eso qué es?" (es decir, lo opuesto a la figuración), me resultó un concierto más disfrutable e inolvidable, en general, que el de McCartney.

Pero no puedo obviar la cuestión, porque el concierto del mítico bajista, cantante, compositor y multiinstrumentista es el más multitudinario y por tanto mediático en el que he estado nunca, y es difícil no sólo juzgar cómo fue sino incluso disfrutarlo in situ sin dejarse influir (positiva o negativamente) por ese hecho. Y no es que quiera ir de snob, pero es que en esta sociedad del éxito y la fama hay cosas que lo pervierten todo, y no es fácil evitarlo, dejar que fluya con la misma normalidad que algo alejado de los trending topic.

Por lo dicho al final del segundo párrafo, casi parece que el concierto podría haberme decepcionado. No es exactamente así. Es cierto que hubo buena parte del repertorio que no me entusiasmó especialmente. Hay muchas canciones de los Beatles o del propio McCartney o los Wings que, gustándome más o menos, tampoco me llegan a emocionar: Caso de "A Hard day´s night", "Love me do" o "Can´t buy me love", y que obviamente cayeron, además de alguna del cantante en solitario que, sencillamente, no soporto, y también nos hizo tragar ("Temporary secretary", para más señas). La mayor parte de éstas se situaron en la primera mitad, y mi estado de ánimo no era muy álgido. Ahí es donde tenía la sensación de "¿he venido aquí influido por el hecho de que "hay que estar" por que lo dice la tele?", y mira que creo conocerme y me parece que soy más bien poco influenciable...

Pero no, en la segunda mitad (o en algún caso antes) de las largas 2 horas y 45 minutos del concierto comprendí por qué estaba allí: "Eleanor Rigby", "Something", "Blackbird", "Back in the USSR"... o también algunas de los Wings, como "Band on the Run" o "Nineteen Hundred and Eighty Five", o alguna en solitario como "Maybe I´m Amazed"o la más reciente "Queenie eye". Sí, también eché de menos alguna: Me habría gustado más "Lovely Rita" o "When I´m 64" (que ahora podría decir 74), que son más suyas que de Lennon, en vez de tocar una de ese mítico disco ("Sgt. Pepper") que era de Lennon y me gusta menos -aunque también-: "Being for the Benefit of Mr. Kite!”, también hay que decir que la complejidad y psicodelia de este tema sonaron impresionantes en directo. Pero ya incluso disfrutaba las que normalmente me resultan más de "ni fú ni fá", como "Lady Madonna", "Ob la di ob la da" o "Birthday". En cualquier caso ahora las sensaciones eran independientes de la importancia mediática del artista.

Igual es que el artista lo merece. Igual es que es uno de los inventores de la música pop e incluso rock (al menos como se entiende hoy en día), con una influencia impregnada en todo lo creado posteriormente. Igual es que es una de las mentes más geniales y creativas que han existido en los últimos cincuenta y pico años. Pero claro, yo siempre pongo un asterisco para aclarar, y preguntarme, por qué otros grandes músicos no son conocidos ni por el 10% de la gente, o por qué al lado de gente como McCartney se sitúa a tantos otros que me parecen sobrevalorados. ¿Acaso no lo son y por tanto soy el snob que no pretendía ser? Bueno, también habrá quién piense que el propio señor Macca está sobrevalorado...

La cuestión es que, a medida que se acercaban los momentos más antológicos del recital, yo ya había ido perdiendo cualquier tipo de prejuicio masivo, snob, posturero, etc., etc., y de repente me ví inundado por las lágrimas al cerciorarme de que estaba escuchando al gran Paul McCartney cantar y tocar al piano el "Let it be", en vivo y en directo, aunque fuese una mini figurita inidentificable en la lejanía del escenario desde el fondo sur del estadio del mejor equipo de  la historia de los que no tienen Copas de Europa, que son la inmensísima mayoría; aunque tuviéramos que verle a través de las pantallas gigantes, era él - o su igual de genial gemelo susitutorio tras la conspiranoica muerte del original en el 66, ejem...-, y estaba interpretando, él, su autor, una de esas canciones que trascienden al músico, o al grupo, que pasan a formar parte del imaginario popular universal. Me vine abajo. Estaba feliz, pero superado por la emoción. De repente, comprendí que mi canción favorita no tendría por qué haber sido "Bohemian Rhapsody" de Queen, como tanto tiempo creí, o cualquiera de cualquier grupo que conociera posteriormente a aquellas melodías de los Beatles que ya estaban ahí antes de ser consciente de que la música era una de mis aficiones favoritas. Y el resultado fueron los minutos (3 ó 4, los que fueran) más emotivos que recuerdo haber vivido nunca en directo, y mira que son cerca de 250 actuaciones vistas en más de 20 años... No pude cantar ni una sola frase de la canción.

Luego ya vendrían otras que aunque puedan gustarme más no pudieron superar la emotividad de aquella, pero igualmente fueron inolvidables, y además pude cantar como cuando las aprovechábamos para aprender inglés en el instituto, caso especial de "Yesterday" y "Hey Jude". También estuvo la espectacularidad y pirotecnia de otro de mis favoritos (ahora de los Wings), el impresionante "Live and let die", así como el fin de fiesta de los bises con los apoteósicos "Carry that wight" y "The end" (de traca habría sido si se hubiera atrevido con el medley de la cara B del Abbey Road completo, pero supongo que ya es mucho pedir).

En fin, que poco más se puede pedir a un señor de sus años, y que sí, que había que ir, pero no por que sí, sino por cosas que no se pueden explicar en las reseñas de los periódicos generalistas obligados a contarlo porque, ellos sí, tienen que ir por que sí. Tampoco podrían explicarlo en el caso de los músicos a los que ignoran, como el mencionado José Carlos Molina, así que el resultado, para ellos y para sus miles de lectores, es el mismo.

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