martes, 27 de enero de 2009

Cumplido plan de escapada 9: "Siete Años en el Tibet"

De ¿Viviendo o escapando?



Finalmente, la película me pareció que, estando bien en su estilo, no tiene quizá el enfoque necesario para contar la historia en todos sus matices. Jean-Jacques Annaud, que por muy francés que sea, sabe cómo hacer una película "a la americana" para que tenga éxito, prefirió ese enfoque más superficial o de entretenimiento, que la profundidad que aparenta tener la historia que hay detrás. Definitivamente, me gustó, me entretuvo, y hubo momentos loables, sobre todo fotográfica y paisajísticamente, pero creo que tendré que leer el libro para poder llegar a escaparme del todo con la verdadera historia.

Centrándome en lo mejor que pude sacar de esa historia, hay varios aspectos paradójicamente escapistas; o eso, o que hacen difusa o contradictoria la idea del escapismo. En principio, Heinrich Harrer, siendo alpinista, es alguien que por su vocación parecería escapista (del mundo convencional, de las comodidades, de la urbe, etc.). Sin embargo, vista la interpretación de su personaje en la película, más bien parece prisionero de sí mismo, de sus obsesiones y de sus ambiciones deportivas. El montañismo, para alguien que ha alcanzado el éxito y la fama, tiene un enfoque competitivo; el alpinista así parace escalar mucho más por su propia vanidad que por el amor a la montaña. Alguien se lo dirá más tarde, ya en el Tibet, mientras exhibe sus facultades con la cuerda en la pared de un edificio: "Esa es una diferencia entre nuestras culturas: Vosotros (los occidentales) admiráis al hombre que fuerza su camino hasta la cima como meta en la vida. Nostros (tibatenos) admiramos al hombre que abandona su ego".

Volviendo algunas escenas atrás, el escapismo se convierte en necesidad, cuando Heinrich y sus compañeros tratan de huir del campo de concentración en que han sido reclutados por los ingleses. Una prisión inesperada y forzada, para unos alpinistas (civiles, no combatientes) que poco tienen que ver con la guerra ("no están del lado de nadie porque nadie está de su lado"). Resulta evidente ver la necesidad de escapar en un caso así (aunque esa prisión no suponga necesariamente condiciones infrahumanas), pero no de escapar de lugares más comunes y aceptados, como la propia sociedad o las propias prisiones interiores, con el ego como núcleo de las mismas; aquí se da por hecho que es lo que hay y se prefiere el conformismo más o menos resignado (aunque se juegue uno más la vida -o al menos de manera más directa- escapando de un campo de concentración).

Finalmente, la verdadera escapada llega no en un lugar físico, si no en la iluminación que supone conocer otra cultura radicalmente distinta a la propia. El Tibet. La humildad, el pacifismo, la sencillez en grado sumo. Faltan muchos minutos de película para poder llegar a reflejarlo todo. Aunque sirve la muy bien reflejada imagen esperpéntica de los tibetanos preparándose contra su voluntad para defenderse de otra guerra que (ellos tampoco) nunca buscaron. Y es aquí donde, abandonando su egoismo y acercándose por primera vez en la película al corazón de una persona (el joven Dalai Lama), Heinrich escapa al fin de su prisión interna. Y, paradójicamente (o no), da un sentido positivo a su afición al alpinismo: "Me gusta escalar por su absoluta simplicidad. Cuando escalas tu mente está despejada, libre de toda confusión; está concentrada en algo... Y de repente, la luz se vuelve más nítida, los sonidos más claros, y te invade una profunda y poderosa sensación de vida".

La última montaña que corona (literalmente) Heinrich en la película tiene un sentido radicalmente distinto a su éxito del Eiger o su fracaso del Nanga Parbat: Es la verdadera ascensión (metafórica) hacia el sentido de la vida.

Lo dicho, buscaré el libro, más tarde o más temprano.

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