De Siete Picos |
Empezaba a pensar que ella seguía enfadada conmigo, pues parecía no quería que la viese. En los muchos días libres del último mes, la meteorología había convertido mis planes de dos salidas de dos días cada una en una sóla salida de un día. Pero ayer se había vestido para mí con sus mejores galas, el vestido blanco de invierno. Y qué guapa estaba...
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Desde que relato en este blog mis escapadas montañeras, pareciera que me estuviera saliendo el tiro por la culata, en lo que al comienzo de las excursiones se refiere. ¡Me ocurren cosas diametralmente opuestas a la idea del escapismo! Y, no sé hasta qué punto me gusta, pero casi me sale más interesante el relato por culpa de estos incidentes, me temo... La vida son contrastes, y esos contrastes ayudan a preparar el camino buscado, por descarte (no lo olvidemos, para escapar, tiene que haber algo de lo que escapar...)
Al menos esta vez no ha sido culpa mía. Hablaba, en la escapada a La Maliciosa, de los vigilantes del mundo real que tratan de impedir mi fuga. Entonces era una metáfora. Ayer casi fue literal. Me ocurrió lo que nunca en el tren de Cercedilla a Cotos, e incluso lo que nunca en Madrid: ¡La Guardia Civil haciendo registros y cacheos a todo el mundo en los vagones, en plena marcha del tren! Más allá de lo incómodo e incluso algo desagradable de la situación (no me voy a poner a hacer un discurso ideológico, moral, filosófico o social), vuelvo a asustarme de hasta qué punto la sierra sigue convirtiéndose en un lugar cada vez más multitudinario, en el que te puedes encontrar con cualquiera de las cosas de la urbe de las que huyes. Desmoralizante, para mi gusto. ¡No me dejen sin escondites, por favor, que necesito seguir escapando!
Afortunadamente, arriba seguía estando el paraíso...
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En primer lugar, me temía más afluencia de senderistas por la cuerda de Siete Picos, y lo cierto es que apenas me crucé con cuatro grupos, estando casi todo el tiempo completamente solo. ¡Qué privilegio! Parece que con nieve no se atreven tantos por aquí, ni en un domingo de buen tiempo.
Por otro lado, las nevadas de los últimos días habían dejado una nueva capa de unos cinco o diez centímetros, y estaba todo francamente precioso. Nunca había transitado por aquí con tanta nieve, y por lo tanto pude cumplir la principal intención de esta escapada.
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Antes la nieve me gustaba menos. Sobre todo, desde el punto de vista de la incomodidad para el montañismo; pero también he tenido siempre mis reticencias paisajísticas al respecto. No cabe duda de que la montaña, si está nevada, es mucho más espectacular, y la primera impresión resulta muy sorprendente. Sin embargo, todo el día viendo blanco, blanco y más blanco puede terminar por saturarme (y no es por cuestiones futbolísticas, aunque tal vez...). El caso es que tengo más apego al policromismo que a la simplificación colora del manto nevado. Los distintos tonos de verde de la vegetación, los amarillos y ocres del otoño, las flores en primavera, el mismo color de la tierra, de la roca... frente al manto blanco que todo lo cubre... Sin embargo, siempre hay algo mágico en la aparente sencillez de ese blanco, y ayer lo percibí como pocas veces. Y las formas: suavizadas en las ondulaciones perfectas del terreno amable, una curvatura casi erótica; y salvajes en las pendientes pronunciadas, dando a la montaña un aspecto más poderoso, más agresivo, más desafiante... en suma, más atractivo.
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En los muchos momentos de soledad, atravesando el cordal, con aquel maravilloso paisaje, con la niebla que iba y venía, sin duda me sentí en una verdadera escapada, en un verdadero paraíso. Qué gozada cuando, de repente, sin pensarlo ni poder evitarlo, en medio de la caminata, te quedas parado, ensimismado, percibiendo toda la belleza que, en forma de paisaje perfecto mas silencio, se muestra ante tí. Desde luego, el plan quedó cumplido con creces.
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Más tarde, ya bajando hacia Majalasna (directamente desde el collado entre los picos segundo y tercero, en vez de por Collado Ventoso), me caía una singular lluvia: la que el sol provocaba sobre la nieve acumulada en los pinos. Y más abajo, pude disfrutar de los demás colores que no son el blanco. En realidad, esa es la excursión ideal, la que te ofrece ambas perspectivas paisajísticas.
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Finalmente, regreso a Cercedilla por la Senda de los Poetas. Aquí se ha grabado sobre las rocas versos de diferentes autores. Me parece que no es mala idea, pero tampoco es necesaria. En un libro de poemas que hablasen de montañas no quedaría mal incluir fotos o dibujos de montañas, pero tampoco sería necesario, pues es el poeta el que evoca esas imágenes. En la montaña, la poesía ya está recitada por la propia naturaleza.
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Yo, como no soy poeta ni lo pretendo, me explico mejor con la ayuda de imágenes, que en realidad no hago yo ni mi cámara: se las robo a mi querida Sierra de Guadarrama. Con un modelo así, cualquiera parece buen fotógrafo.
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Seguiré escapando, así me lo impida la Guardia Civil, la Policía, el Ejército de Tierra o quien sea...
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