Llevo dándole vueltas todo el día acerca de qué contar en esta entrada sobre el espectáculo de "Los Premios Mastropiero" de Les Luthiers, cuya representación disfrutamos (y mucho ) ayer. Las primeras ideas que he tenido estaban llenas de tópicos, me parece que para leer eso ya se habrán escrito otras crónicas o reseñas. Luego se me ha ocurrido narrarlo al propio estilo de los cómicos argentinos, con juegos de palabras y demás (extraidos o no de la obra), pero se me antojaba demasiado complicado que resultara al mismo tiempo coherente, gracioso, y a un nivel lejanamente digno a Les Luthiers. También había pensado incluir cierta anécdota personal relacionada con la noche del espectáculo (y con el propio espectáculo), así como mi habitual relación de impresiones personales o reacciones anímicas. Creo que nada de eso, en este caso, se parece a aquello que me gusta reflejar en este blog, o dicho de otra forma, no creé este blog para rellenar, sin más, ideas que tampoco me dicen gran cosa a mí mismo, como me ocurre en esta ocasión.
Y creo que la razón es bien simple: El objetivo, reirnos, quedó cumplido. Y ante ese tipo de objetivos, poco más queda por decir. La risa me parece algo demasiado puro y espontáneo como para que necesite más comentarios, como para que haya que hablar con mayor o menor profundidad de ello. Fue un muy agradable paréntesis de más de hora y media de diversión a la gris realidad. Y hubo un par de momentos en los que mi risa era absolutamente incontenible, no simplemente complaciente con algo gracioso o ingenioso. Pues eso. Como si me pongo a hablar del placer de echarse la siesta (hay quien escribiría libros sobre ello, si no se ha hecho ya...)
Bueno, vale. Como la cosa quedaría muy escueta si acabara aquí, soltaré algunas de las tópicas ideas iniciales, pero sólo para rellenar. Por muchos es sabido que el de Les Luthiers es un humor normalmente inteligente, fino, elegante, y al mismo tiempo con toques críticos bastante mordaces. Pero a mí me pareció que lo mejor es su dominio de estilos de humor tan variados y diferentes, tanto dialogados como visuales; supongo que tengo el recuerdo de aquella cinta de audio que me dejaron hace tantos años, y ahora entiendo mejor las risas del público en medio de los silencios de los actores. Por otro lado, es asombrosa (y también consabida) su calidad artística, en todos los campos escénicos: actoral, vocal, instrumental... Verdaderamente, unos auténticos monstruos. Un privilegio haberlos visto, después de tanto tiempo (era una vieja cuenta pendiente, por influencia de lo que me había contado hace años un primo mío).
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