"Todos somos mucha gente, todos llevamos a muchos dentro, personas con los mismos recuerdos que nosotros que nos van ganando terreno y al final nos sustituyen. En eso consiste la madurez. En no reconocerse". (Los años extraordinarios, Rodrigo Cortés)
martes, 24 de noviembre de 2009
Cumplido plan 50: Exploración por la Pedriza Anterior
ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. Tampoco es del todo recomendable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias. Zona apta para enriscarse y/o despeñarse.
La cota más alta de la Pedriza Anterior no es, como cabría imaginarse, el famoso Yelmo. Al noreste existen tres riscos que igualan e incluso superan su altitud: El Vigilante la iguala con sus 1.716 metros, otra peña innominada la supera con 1.722, y la verdadera mayor altitud es el llamado Canto del Berrueco con 1.724. Pero lo de menos son las altitudes. De hecho, siempre serán riscos menos destacados que el Yelmo, pues el semblante erguido de éste, con su característica y estilizada figura, supera en belleza, personalidad y espectacularidad a casi cualquier otra peña de La Pedriza.
Sin embargo, lo realmente interesante de esos tres riscos, junto a otros de la zona (Punta Blanquita, La Almena y La Torre), es precisamente su relativo anonimato, su caracter algo solitario, y las posibilidades de exploración y de descubrimiento que ofrece la pequeña zona en que se ubican. Aunque eso es algo que ocurre en infinidad de rincones escondidos de este paraíso granítico llamado La Pedriza.
Una vez que el senderismo por caminos marcados agota casi todas las opciones principales de este paraje, y sin entrar en el amplísimo abanico de posibilidades que ofrece a la escalada, nos queda la exploración al estilo clásico, el descubrimiento de accesos más o menos alternativos, intrincados, laberínticos, con trepadas, gateos por túneles de rocas, etc. Es un tipo de actividad (o juego) que me encanta, que me ayuda a pasármelo como un niño. Ya lo experimentamos en cierta ocasión Iván, Ángel y yo por la zona de El Pájaro, en el Callejón de los Guerreros, o yo mismo en solitario para alcanzar la cima del Cerro de los Hoyos o del Nevazo. Una vez más ha sido un tipo de actividad similar, en la que divertirse encontrando la manera de atravesar alguno de los recovecos de La Pedriza.
En esta ocasión, una vez que llegué a la vista del risco del Acebo (el de la derecha en la primera foto) viniendo por el PR M1 desde Manzanares el Real (Senda Maeso o de la Rinconada), y en vez de seguir por la integral de la Pedriza o girar hacia El Yelmo -ambas cosas las he hecho ya varias veces, y las estaba haciendo aquel día prácticamente todo el que pasaba por allí, como es habitual-, yo miré hacia donde no miraba nadie -y hacia donde ni yo mismo había mirado antes con la idea de seguir hacia allí-. Al noroeste de mi posición destacaban el risco sin nombre antes mecionado de 1722 metros, y a su izquierda Punta Blanquita. Entre ambos, una posible canal de acceso, que luego me pareció incómoda por el matorral:
Preferí bordear Punta Blanquita por su base sur, subiendo hacia el oeste por una cuesta empradizada. Luego, girando a la derecha (noreste), pude acceder a la cresta cimera de este risco por una fácil pero angosta canal. Primeras trepadas, primeras exploraciones, primeras búsquedas de accesos factibles y, desde la cima, vista del primer pequeño rincón escondido entre riscos, concretamente entre ésta Punta Blanquita, El Vigilante y el risco sin nombre de 1722 metros. Aquello empezaba a ser entretenido.
Más tarde, una vez abajo en el pequeño "rincón entre riscos" ví que entre la peña sin nombre (derecha) y el Vigilante (izquierda) había una canal que, esperaba, podría llevarme al otro rincón buscado, el que hay entre estos dos y el culminante Canto del Berrueco. Decidí subir por la canal, con un inicial paso de trepada (I+):
Para superar la parte alta de la canal se podía intentar otra trepada, o bien meterse por uno de esos "misteriosos" túneles de rocas tan típicos y entretenidos de La Pedriza. Opté por lo segundo, y resultó ser muy angosto, sobre todo en la salida (ésta es la entrada):
Y éstas las dos posibles y estrechas salidas:
Llegué a una pequeña portilla entre El Vigilante y el Risco sin Nombre. Otro nuevo rincón, aún más escondido, aún más "secreto". Realmente, empezaba a disfrutar.
La canal que acababa de subir, vista desde arriba:
Aquí decidí ponerme a comer, dejando luego la mochila, para tentar las trepadas a ambos riscos. Decidí empezar por El Vigilante. Trepé por la fisura de la derecha, y posterior placa inclinada hacia la derecha, a la cresta del risco:
La parte de la placa, de unos tres metros, a pesar de que la inclinación era pequeña (como mucho llegaba a los 45º), me daba respeto por la inexistencia de agarres o presas, y la hice gateando y con los pies de gato (siempre los llevo para trepar por los riscos de La Pedriza). Cuando la hube superado (rápida y fácilmente), y sin mirar lo que acababa de subir, de alguna manera temía las posibles consecuencias de no haber pensado en la bajada. Pero ya estaba allí, y tocaba hacer cima en El Vigilante y seguir disfrutando.
La cresta del Vigilante resultó entretenida, con dos rocas apiladas en lo alto, que se podían superar trepando por encima, o arrastrándome por debajo por otro estrecho (aún más) túnel. A la ida lo hice por debajo, y a la vuelta por encima. Luego rodee la roca cimera para subirla por el oeste con una última y breve trepada. Las vistas desde arriba, estupendas, como es de esperar en La Pedriza. Una nueva perspectiva de todo lo conocido; otra manera inédita de volver a coger apego a lo que ya disfruté desde otros lugares. Y ello tras el entretenido juego de la exporación y la trepada, y desde una estrecha cima.
Pero a la bajada se confirmó lo que me temía. No me atrevía a destrepar la placa. Me daba demasiado canguelo. La inclinación hasta lo alto de la fisura (cerca de tres metros de bajada), y sobre todo la caída posterior tras ella, ya más inclinada, era una visión poco tranquilizadora en un terreno sin más agarre que la propia rugosidad del granito (adherencia lo llaman en escalada, aunque aquí la inclinación era de risa como para llamarlo escalada). Estaba bloqueado. Estaba claro que la había cagado, hablando en plata. No se debe subir sin estar seguro de que vas a poder o te vas a atrever a bajar. Y yo subí sin estarlo. Sin haberlo comprobado o reflexionado previamente, vaya. En definitiva, había descontrolado esta cuestión. Fallo mío, y fallo importante, de los que pueden llevar a situaciones indeseadas (llámalo enriscamiento, llámalo caída o accidente, llámalo llamada al teléfono de rescate). Imprudencia, vaya.
Pero había que salir del problema, y me puse a buscar otras maneras de bajar de allí. Una posible era por la cara sur, por donde hay una chimenea que había visto desde el "primer rincón escondido". Desde arriba no se veía hasta donde llegaba, y no quise atreverme a bajar. Luego probé por otro lugar cercano al de la placa, inicié la bajada, y llegué a un punto en que me daba aún más miedo, al pasar junto a una zona aún con más patio. Di más vueltas y no vi nada claro. Volví a la placa. La miré. Me di la vuelta, poniéndome cara a la roca para empezar a bajar... pero nada, no me daba la seguridad necesaria. Y ahí estaba mi mochila. Apenas unos cinco o seis metros más abajo. Tan cerca pero tan lejos. Llegué a pensar en saltar a la "cama" de sabinas rastreras de la portilla. Casi me pareció una idea alocada, que surgía como del instinto irreflexivo de salir de aquella. Obviamente, la descarté. Definitivamente, creía de verdad que me había enriscado sin remedio, y casi empezaba a verme llamando a la Guardia Civil. Me parecía ridículo, sólo por miedo a un destrepe pequeño y, en realidad, no demasiado complicado. Eso sí, aunque estaba lógicamente algo nervioso, tenía menos preocupación o miedo del comprensible y habitual en estos casos. Yo no diría que esto último sea por la experiencia montañera, sino que más bien me parecía resultado de la cada vez menor importancia que le doy a todo (aunque eso sí podría tener que ver con la experiencia... vital, en general).
Reflexiones filosóficas aparte, de repente tuve un impulso, de mirar con más detenimiento en uno de los sitios que había descartado por la primera impresión, en el extremo noreste de la cresta. Y aún más curioso fue el impulso de ánimo que sentí, como diciéndome a mí mismo: "¡venga, hombre, que esto seguro que tiene solución!". Porque el hecho es que la tenía. No sé si había sido un impulso intuitivo, pero efectivamente por ese lado había otra fisura mucho más fácil de alcanzar, e incluso más fácil en si misma de destrepar que la otra. Una tontería, vaya. Se puede ver a la derecha de la anterior foto, en la que también se ve, a la izquierda, la cara de la subida (y del bloqueo en la bajada). Estaba ahí sin yo saberlo. Pero podía no haber estado ahí. Quiero decir, podía haberme pasado en un risco en el que no hubiera tal alternativa. Suerte, supongo. Pero (ay, la eterna duda del agnóstico), ese impulso que no tengo claro de donde vino, y esa grieta insospechada que estaba ahí para sacarme del problema...
Olvidada quedaba ya la trepada al otro risco de 1722 metros, así como al Canto del Berrueco, a simple vista el más difícil de los tres. Bajé hacia los aún más verticales y aparentemente inaccesibles (fuera de la escalada) riscos de La Almena y La Torre, y por el corredor que hay entre ambos descendí sin problema hacia el risco del Acebo. Quedó finalizada la exploración por este rincón ignorado por la mayoría. Y que siga siéndolo, o al menos pareciéndolo...
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