domingo, 8 de noviembre de 2009

"Hijos de nuestro tiempo"

La semana pasada leí esto en el 20 Minutos (resumo):

"Unos 562.000 jóvenes españoles ni estudian ni trabajan ni buscan empleo.
(...)hay más de 43.000 jóvenes de esa franja de edad (20 a 29 años) incluidos en la categoría que el INE denomina como "activos potenciales desanimados". Son los que, al ser preguntados en la encuesta por el principal motivo por el que no habían buscado empleo en las últimas cuatro semanas contestaron que no creían que lo fuesen a encontrar.
Pero no se debe pensar a la ligera que se trata de un grupo de vagos. Conviene eliminar el estereotipo e interpretar su situación en relación con la precariedad del mercado laboral actual.

"Considerarlos unos pasivos porque no hacen nada da una falsa imagen de parados profesionales", señala Andrés Canteras Murillo, sociólogo experto en temas juveniles y profesor en la Universidad Complutense. Para él, en realidad, son hijos de su tiempo, que sufren la precariedad laboral y la falta de expectativas.
Canteras también apunta el cambio cultural producido en los hogares, con hijos cada vez de más edad en casa de sus padres y sin problemas de convivencia. Y concluye: "Tiene que ver con la desilusión, la pérdida de interés y la apatía. No me gustaría ser joven en la actualidad·."

No tengo claro si las justificaciones del sociólogo se deben a una necesidad de no inducir más depresión en los aludidos por sensación de posible marginalidad (cuando un grupo estadístico es muy numeroso, parece conveniente ser comprensivo con él, no vaya a ser que tengamos problemas...), si realmente tiene razón -como yo opino- en dicha comprensión hacia el desánimo de ese sector, o si habría que ser tan intolerante con su actitud como muchos de los comentarios que en el enlace de arriba se hacen al artículo, puesto que se debe dar por irrefutable que hay que aceptar la sociedad como es y, en consecuencia, luchar como autómatas (o como esclavos) para seguir manteniendo este sistema sin rechistar.

Lo que sí tengo claro es que yo dejé de pertenecer a esa estadística hace dos años y medio y, no sólo no me ha cambiado la mentalidad que tenía entonces, sino más bien al contrario, cada vez me parece más absurdo seguir trabajando para un sistema en el que no creo. Uno hace un esfuerzo por adaptarse, y es ese mismo esfuerzo el que le quita las ganas hacia dicha adaptación. Bueno, el esfuerzo exactamente no; la sensación de gasto de esfuerzo en la dirección no deseada, más bien. Seguramente me canso más en una excursión por la sierra que en una jornada de trabajo (aveces incluso madrugo más) y no me importa.

Ser uno mismo. Luchar por aquello en lo que uno cree. Son conceptos que pueden llegar a ser tan tópicos como utópicos hoy en día, en los que sin embargo nos vemos obligados a seguir creyendo para no caer en la desilusión. Pero luego hay que ir a la entrevista de trabajo de turno simulando mucho interés en algo que por amor al arte ni te iría ni te vendría: la realidad es que uno necesita ese trabajo o ese sueldo, y punto. Lo demás, al menos por mi parte, es hipocresía (en la mayoría de los casos).

Pues he aquí que, casualmente, estas últimas semanas ese hastío me había hecho ponerme a buscar trabajo (no lo había hecho desde que trabajo), y lo cierto es que me he sentido igual que cuando estaba en el paro: no me ilusiona practicamente nada de lo que hay. Cuando veo que empiezo a deprimirme, dejo de buscar trabajo, y acepto el que tengo hasta tener mejor ánimo. Allí me pongo el mp3 y así no pienso. Fuera, me pongo a leer, a ver películas, a preparar, hacer y describir excursiones, y quedo con los amigos y así me distraigo. Y problema resuelto: Estancamiento. Una vergüenza para la sociedad, según esos mensajes intolerantes a que me refería... ¡Ah, no! ¡Si yo estoy trabajando! ¡Entonces soy un ejemplo a seguir! ¡Soy digno! Me parto la caja...

Nadie elige nacer. A nadie le proponen firmar en un papel si está de acuerdo con las condiciones y el funcionamiento de esta sociedad; simplemente hay que aceptarlo y punto. Hace falta dinero para comer, y trabajo para tener dinero. Es decir, que el simple hecho de sobrevivir (o sea, mantener esa vida que no has elegido -y no digo con esto que haya que despreciar la vida-) es una obligación social. Y debes hacerlo bajo los caminos socialmente establecidos. Si te "borras" de la sociedad, eres un marginado, y serás tratado como tal. Incluso al suicida (del que tampoco pretendo hacer apología) se le considera un delincuente. ¿Qué clase de marrón es este? ¿Cuándo y por qué dejamos que nuestras vidas dejaran de pertenecernos? Es todo tan absurdo... Pero luego es todo el mundo tan "bien pensante" y tan cruel con quien, libremente, no acepta todo eso... ¡¡¡Yo quiero tener mis propias ganas de vivir, no las que me impongan por imperativo legal!!! ¿Es tan difícil de entender? Debo ser un radical...

Así pues, entiendo a muchos de los que siguen formando parte de ese grupo que ni estudia ni trabaja ni busca trabajo. Incluso me parece valorable algún caso concreto, como el que ponen en el propio artículo:

Emilio J. Rivas González. 26 años. Volcado en el teatro.
"¿Y si lo que te gusta no da dinero?"
"Yo estoy licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Luego hice un curso de técnico de sonido, pero no me salió trabajo. Y unas prácticas. Al final me fui a Granada, donde trabajé en un bar, a hacer unos cursos de teatro, que es lo que en realidad me gusta. (...) Yo no quiero pedir un trabajo, sino fabricar el mío. Estoy escribiendo una obra, ensayamos y preparamos el espectáculo, pero eso no te lo paga nadie. Intento vivir con lo mínimo. Yo me sentiría rico si pudiera vivir del teatro".


Me recuerda a la historia de la muy recomendable película Noviembre de Achero Mañas. De hecho, se trata de algo que en la actualidad ocurre habitualmente en el mundo de la cultura y del arte. Y cuanto más mercantilista, materialista y "productivista" sea el sistema, menos oportunidades tendrá la creatividad de abrirse camino. Porque, entre otras cosas, no interesa el pensamiento díscolo con el sistema. Como mucho, que sirva de evasión para el tiempo libre, y luego a volver a olvidarse de la utopía, que a la mañana siguiente hay que volver a madrugar para producir y mantener el sistema en su mismo rumbo ambicioso. ¿Y si en su tiempo no hubiesen encontrado salida genios (en algún caso por cierto inmaduro socialmente) como Mozart, Shakespeare o Goya? ¿Cuántos genios actuales nos estamos perdiendo, a cambio de celebridades que en muchos casos no valen ni lo que muchos empleados desconocidos, pero que producen dinero a mansalba, adorados por las multitudes?

En fin, que el artículo llegó con dos años y medio de retraso para poder haberme hecho sentir digno en aquella época... Ahora, a seguir aguantando y no quejarse, faltaría más. Todo por el sistema. Y por el dinero.

4 comentarios:

  1. Sólo se me ocurren dos salidas: la evolucionaria y la revolucionaria.
    La evolucionaria es buscar un trabajo que te llene. Yo tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta, aunque me pagaran la mitad seguiría dando clases. Y creo que ese es el camino de la felicidad: seguir tu vocación, discernir qué cosas te llaman y buscarlas.
    La revolucionaria es mandarlo todo al carajo e irte como si la vida fuera Easy Rider o un anuncio de cervezas. No sé hasta qué punto es factible.

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  2. Y no te preocupes del sistema. Lo importante son las personas. Siempre.

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  3. Pues hay otra salida, y además es la mayoritaria. Sal a la calle y haz una encuesta sobre su felicidad respecto al trabajo; si la gente es sincera, la respuesta predominante no tendrá que ver ni con la evolución ni con la revolución, sino con el conformismo: "es lo mejor que pude encontrar..."

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  4. Perdón, corrijo: no conformismo, sino resignación. La culpa, el sistema (insisto).

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