Decía en la entrada sobre el plan que esperaba mucho de este concierto. Pero tantísimo, creo que no: El de anoche creo que es, sencillamente, uno de los dos o tres mejores directos que he presenciado en mi vida (la duda entre el dos o el tres la tengo con respecto al mejor que he visto de Dream Theater). Y tengo apuntados hasta 220 conciertos totales...
En una estadística en la que, seguro, la actuación de anoche ocupa en "top 1" es en la duración. El grupo estuvo tocando, en tiempo neto (descontando el descanso intermedio) tres horas y diez minutos. Empezando por ahí, cualquier aspecto que me ponga a analizar sobre tal apoteosis es un absoluto privilegio, una suma de lujos que hicieron que el precio de la entrada pareciera, más que gratis, pagado por el grupo al atónito y emocionado espectador.
Aunque hay que decir que el primer lujo me lo curré yo: Procuré estar allí lo antes posible para hacer cola, y logré situarme en segunda fila. La ocasión lo merecía; nada mejor para empaparse del virtuosismo de los cuatro increíbles instrumentistas. La batería, situada en un lateral muy cerca del borde del escenario (en vez de la típica posición trasera), me permitió seguir con todo lujo de detalles las asombrosas evoluciones del grandísimo Mike Portnoy, al que tenía a unos cinco metros de mí. Podía ver perfectamente hasta las astillas de las baquetas saltando por los aires al ir rompiéndose por el golpeo. Y escuchaba la propia batería, no su sonido de las pantallas amplificadoras. Más cerca aún, justo enfrente, el bajista Pete Trewavas, excelente músico, muy profesional (curiosísima su mezcla de concentración y desenfado para con el público). Un poquito más lejos, pero nada, ahí al lado, el introvertido y absolutamente genial Roine Stolt a la guitarra. Ya en el lado contrario, el gran compositor y multiisntrumentista (aunque todos lo son) Neal Morse, del que poco había que captar pues las teclas de sus Hammond y Moog no se pueden ver desde abajo, aunque sí el sentimiento que ponía al cantar las partes más intimistas. Y al fondo (donde normalmente va la batería), el "músico de apoyo" (miembro no habitual del grupo, aunque sí en directo) Daniel Gildenlöw, lo cual es como tener, de "futbolista de apoyo" a un Forlán. Nunca había visto tan de cerca, con tanto detalle, un concierto de este nivel de calidad. Eso sí, a veces era difícil elegir lo que quería apreciar: si me quedaba atento a las virguerías de Mike Portnoy, seguramente podía perderme algún solo magistral de Roine Stolt.
A medio camino entre el ambiente eufórico de un concierto de rock duro y la magia latente del rock progresivo, el planteamiento musical que tenía ante mis ojos y oidos era novedoso para mí. La elaboración instrumental está tan cerca de una banda de rock como de una pequeña orquesta. El ejemplo del "músico de apoyo" sirve para explicarlo mejor. Normalmente los grupos renuncian a los arreglos que hicieron en estudio cuando añadieron más instrumentos que músicos tiene la banda, y optan sobre el escenario por un sonido más sencillo y directo (salvo si usan samplers). Aquí Daniel Gildenlöw no sólo permite que esos instrumentos "de más" no dejen de sonar en vivo, sino que además añade detalles que en el disco no se incluyeron; su condición de multiisntrumentista le habilita para pasar constantemente de las guitarras al teclado y de éste a la percusión, y además hacer coros y voces. El más limpio y vistoso de los "trabajos sucios" o "en la sombra".
Con todos estos elementos se desarrolló un espectaculo musical de primerísima calidad, que fue de menos a más, con un sonido que inicialmente fallaba en algún aspecto, lo cual se fue corrigiendo poco a poco. En cualquier caso, aquello tenía tantísimos factores de matrícula de honor, que era difícil sentirse decepcionado por alguna cosa que sólo estuviera al 80%. Incluso algún aspecto podría ser discutible, pero su discusión caía en el olvido por alguna razón más poderosa. Por ejemplo, la actuación de Mike Portnoy fue espectacular, impresionante, pero igualmente podría reprochársele un cierto exceso de protagonismo, dada la importancia de que la batería esté en equilibrio con el resto del grupo; pero claro, si aquella lección magistral de ritmo era algo tan sumamente disfrutable, ¿cómo sentir decepción por el anterior argumento? Imposible; ver y oir a Portnoy era, sencilla e inevitablemente, babear.
Allí tenía, frente a mí, en el mismo concierto, a dos musicazos líderes de proyectos que han llenado muchas horas de mi vida en los últimos dos o tres años; dos grandes descubrimientos recientes como lo son la banda de Neal Morse y, sobre todo, los maravillosos The Flower Kings. Me parecía un privilegio impagable poder ver y escuchar al sueco Roine Stolt. Su forma de tocar la guitarra es de otra raza, de otra filosofía, de otro mundo: Elegancia, exquisitez, sutileza... Los gestos de emoción contenida del músico parecen contagiar al sonido de su instrumento, que parece hablar, sugerir, gemir, llorar... No es velocidad endiablada: es magia, es expresividad. Es el prototipo diametralmente opuesto del "guitar hero" del rock: algún solo lo acababa "escondiéndose" detrás del bajista; una humildad que huye del aplauso y que me parece que le hace más grande, si cabe.
La otra baza especial del concierto era el repertorio. Hablamos de rock progresivo puro, estructuralmente hablando; canciones concebidas y desarrolladas como sinfonías. El primer tema, que ocupó los 80 minutos de la primera mitad del concierto, fue el espectacular "The Whirldwind", la interpretación íntegra de ésta suite en doce partes que conforma su último disco. Así pues, la apoteósis, el clímax, fue algo que nació ya en los primeros minutos de la actuación. En la segunda parte, otras tres épicas de una media hora cada una, más dos temas (baladas) de duración convencional. Buscando hueco entre todo ello, constantes improvisaciones, trocitos de canciones metidos de manera asombrosa donde nadie espera, a veces con sentido humorístico. Y muy buen gusto; Stolt por ejemplo adornó uno de sus múltiples solos con las notas del "Abandon´s Bolero" de los históricos Emerson Lake & Palmer.
El ambiente era curioso. Como dije antes, a medio camino entre el rock duro y el progresivo. Suficientemente calmado como para poder disfrutar con tranquilidad de los detalles y de las sutilezas, pero más animado de lo que se imagina uno en un concierto de rock sinfónico. De hecho, había cierta sensación de dificultad de acierto en la empatía del público hacia lo que tocaba el grupo; a veces la euforia impedía la necesaria calma de los momentos más intimistas o detallistas. Pero es que era un espectáculo de muy diferentes colores, de sensaciones variadas, y costaba controlarse. En cualquier caso, el grupo no dejaba de motivar al respetable. Y en eso de nuevo el showman principal era Mike Portnoy. No tengo que explicar el subidón que supuso para un servidor cuando durante los prácticamente 30 minutos de "Duel With teh Devil" apareció ataviado con la camiseta del Atleti.
Y al hilo de lo anterior, pero mereciendo párrafo aparte, espectacular fue la improvisación que tuvo lugar durante el último tema, "Stranger in your Soul". En un momento dado, Neal Morse abandona los teclados, se dirige al lado contrario del escenario, y se pone a tocar la batería a cuatro manos con Mike Portnoy. Poco a poco, Portnoy se va desplazando hacia fuera, hasta dejar solo a Morse, que se queda tocando con un nivel espectacular, como si fuera su puesto habitual. Ya fuera, Portnoy se pone enfrente suyo haciéndole movimientos con sus baquetas a Morse como si fuera un director de orquesta, e incluso luego le acompaña golpeando los platos. Como aún no es suficiente para Portnoy, mientras Morse a la batería y el resto de la banda siguen tocando, aquel aprovecha su "escaqueo" para tumbarse encima del público, al que va dirigiendo desde arriba para que cientos de manos le desplacen por la sala. Ahí vuelve. ¡Vaya, me lo echan encima! Efectivamente, el que escribe esto colabora en el regreso de Portnoy al escenario. Pero aún sigue sin ser suficiente para Portnoy: Acto seguido, le "roba" el bajo a Pete Trewavas y se pone a tocarlo. ¿Qué hace Trewavas ahora? Fácil: no olvidemos que Neal Morse, que sigue a la batería, ha dejado vacante un puesto de teclista: allí que se va Pete. Con más de medio grupo practicando el intrusismo instrumental (valga el trabalenguas), el bueno de Roine Stolt, como buen sueco, se ve casi perdido en medio de tal espectáculo de gamberrismo. Luego, poco a poco, los miebros de la banda van recuperando su sitio original, y recuperan la canción donde la habían dejado, pero sin haber dejado de tocar en ningún momento. Tan divertido como impresionante.
Pero, al margen de todo, de virguerías y de shows, la música de Transatlantic, su estilo y sonido en sí, me transmitió muy buenas vibraciones en directo: La fantasía musical hecha realidad se llama rock progresivo. Y eso que sigo considerando más interesantes las composiciones y los discos de los grupos de procedencia de sus miembros. A ver si el interés que parece estar causando este grupo anima a Neal Morse y a The Flower Kings a presentarse próximamente por aquí... sería otro privilegio impagable.
SET LIST
"The Whirlwind"
"All of the above"
"We all need some light"
"Duel with the devil"
"Bridge across forever"
"Stranger in your soul"
(si, sólo seis temas en más de tres horas: lo dicho, rock progresivo...)
Por fín saco algo de tiempo para leer la crónica. Te doy la razón sobre todo en el hecho de que cualquier pequeño fallo o contratiempo en el show era rápidamente solapado por euforia y pura perfección xD
ResponderEliminarBuena crónica. Cada día que pasa me estoy dando cuenta de lo grande que fue el concierto que vimos, aunque incluso allí mismo hubo momentos en que me estaba dando cuenta de que podía estar presenciando uno de mis conciertos favoritos, y yo también he ido a unos cuantos.
ResponderEliminarUn pequeño detalle que no hemos comentado en nuestras crónicas fue el guiño a los Purple de Neil Morse con Highway Star... ¡buenísimo!
Aquí os mando un vídeo que grabé en el concierto de Transatlantic en La Riviera.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=DByj3xvWQBM