"Todos somos mucha gente, todos llevamos a muchos dentro, personas con los mismos recuerdos que nosotros que nos van ganando terreno y al final nos sustituyen. En eso consiste la madurez. En no reconocerse". (Los años extraordinarios, Rodrigo Cortés)
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Cumplido plan 53: "Encuentros en la Tercera Fase" (1977)
Esta es la segunda película inolvidable de mi infancia que reviso en este blog, despues de "Con la Muerte en los Talones" . Al igual que con el clásico de Alfred Hitchcock, esta nueva reminiscencia o restrospectiva ha salido airosa del paso del tiempo (de mi tiempo, quiero decir), pero en este caso el cambio de perspectiva me ofrece aún más matices nuevos que con aquel. Si bien es cierto que esos matices, relacionados con el significado profundo de la película, seguramente configuran la magia que percibí en este film siendo un niño, aunque entonces no pudiera comprender o explicar lo que Steven Spielberg pretendía transmitir, escondido entre mucho simbolismo.
Yo soy bastante escéptico con todo lo relacionado con la anécdota que voy a contar a continuación, pero lo cierto es que siempre me resultó muy curioso saber que mi madre vio esta película en el cine cuando estaba embarazada de mí. Cuando nueve o diez años después vi el film en la televisión, me maravilló e impactó como nunca lo había hecho antes ninguna película. Aquel misterio constante, incialmente de tintes terroríficos, pero luego de deseo de ver nuevos avistamientos; esas nubes de tormenta que cobraban vida propia mientras unas luces fantásticas surgían como los relámpagos más espectaculares nunca vistos; las obsesiones de los protagonistas por la imágen mental de una montaña que nunca habían visto realmente; el descubrimento de dicha montaña (la Torre del Diablo) y su potente fuerza visual (otra duda medio "esotérica": ¿hasta qué punto pudo influirme para el futuro la nada técnica ascensión de las escenas finales?); y finalmente los preciosos e impresionantes encuentros finales, con el divertido diálogo musical de las inmortales cinco notas de John Williams. Quedé absolutamente fascinado. Recuerdo que pasé semanas haciendo montones de dibujitos de nubes, naves y Torres del Diablo (aunque supongo que no llegué a la obsesión de los personajes protagonistas). Y convertí a la Ciencia Ficción en mi género cinematográfico favorito para los siguientes (y muchos) años, y a Steven Spielberg en mi director predilecto.
La segunda vez que vi la película, ocho o diez años después, volvió a emocionarme. Más recientemente, me ha ido pareciendo que tiene sus fallos y debilidades, además de que ha envejecido sensiblemente, y no sólo por los efectos especiales. No obstante creo, y más aún tras ésta última revisión, que la magia latente en buena parte de su metraje sigue intacta, al menos para mí. Y más aún cuando resulta muy sencillo entender el mensaje principal que Spielberg quería expresar, cosa que hizo con un simbolismo que un niño no puede captar, aunque sí la fascinación por la magia. Y esto resulta muy paradógico.
La paradoja viene precisamente de que en la película se habla de la pérdida de la visión infantil de la vida, fundamentalmente. La familia de Roy Neary (Richard Dreyfuss) representa a la clase media americana, con una vida rutinaria y desprovista de ilusiones, en la que los niños no quieren ser niños sino adolescentes conformistas y materialistas, y los padres han perdido el control del trato entre todos. Sin embargo, el propio Roy es en realidad un soñador frustrado, un tipo cuya monótona vida ha reprimido sus ilusiones infantiles, pero no del todo; De hecho, aún cree que sus hijos deberían ir a ver el "Pinocho" de Walt Disney (símbolo de la magia infantil) antes que pasar el día en el parque de atracciones.
Por otro lado, está el niño Barry Guilder, que vive con su madre separada, y que, aún libre de prejuicios y de las ataduras de la vida adulta, parece ser el único personaje de la película que no teme en absoluto a los extraterrestres, a los que considera incluso sus amigos, mientras las personas maduras se muestran aterrorizadas ante sus apariciones. Parece ser que la vida adulta en las sociedades modernas enseña pues a sentir miedo a lo desconocido, frente a la confianza y la curiosidad de la ingenuidad infantil.
Cuando el adulto Roy Neary tiene los primeros contactos con extraterrestres, y superado el miedo inicial, aflora el niño que lleva reprimido en su interior. Entonces cobra sentido en él la magia que su gris vida había ido sepultando. Su vida familiar, ya de por sí desastrosa, queda totalmente de lado; esa realidad cotidiana es un obstáculo para el nuevo descubrimiento, aparte de que su mujer e hijos no tienen el corazón lo suficientemente abierto a lo desconocido, no están preparados para la llamada extraterrestre.
Pero mientras Roy se debate aún entre su cómoda vida convencional y sus nuevas fantasías obsesivas, se va degradando cada vez más. Es un ser desesperado entre dos mundos, entre la enorme maqueta de una montaña en su salón, y la apariencia feliz de las familias en el jardín tras la cortina de la ventana, mientras su aspecto es el de un soldado en plena batalla.
Finalmente, es a partir del descubrimiento de que esa misteriosa montaña de sus imaginaciones existe realmente (la hora final de metraje, que es la que me ha vuelto a emocionar), cuando Roy se embarca en la deseada escapada hacia la magia. Hay un diálogo que, metafóricamente, sintetiza muy bien el espíritu, cuando él y Jillian (la madre del niño Barry) se ven obligados a saltarse los controles con el coche para poder llegar a la Torre del Diablo: "Hay que romper las barreras", dice él. "Pues rómpelas", contesta ella.
Se habla de otros temas en el film. Al final, el debate sobre ufología y vida extraterrestre sólo es la excusa. También está la manipulación y ocultación de información a la gente por parte del poder, la alienación, o la mediocridad a la que se ven resiganadas las clases medias por creer en la falsa sociedad del bienestar. Todo, en definitiva, parece llevar a un mismo mensaje: el escapismo no es sino la búsqueda de un sentido vital perdido con la madurez. Me suena.
Lo explica muy bien el profesor de Guión Audiovisual Antonio Sánchez-Escalonilla en su libro "Steven Spielberg. Entre Ulises y Peter Pan": "Los extraterrestres de Encuentros en la Tercera Fase son súbditos del reino de la magia y de la fantasía, que llegan a la Tierra para devolver a los humanos la ilusión perdida por unos sueños que denominan imposibles."
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