Pues me reí, pero estuve lejos de desternillarme.
Y de nostálgico, poco: o topicazos muy manidos (que si las vacaciones Santillana, que si las amenazas maternales a la hora de comer, que si la mala distribución del chocolate en el Bollicao...), o cosas que yo no conocí en mi niñez; en ningún caso dije: "¡vaya impacto, de esto casi ni me acordaba, qué ilusión recordarlo! Ni de lejos. No me llegó el sentido emotivo, en parte porque se atenuaba frente al carácter cómico de la obra, en parte porque los momentos "tiernos" me pareció que rozaban la ñoñería gratuita.
Quizá es el momento en el que estoy, o quizá ya me he olvidado de ser niño: no me creí el engaño del inicio de la obra, ese que Eduardo Aldán (gran cómico, de todas formas), desvela al final: ese que pone precisamente como ejemplo de la importancia de seguir creyendo.
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