sábado, 2 de octubre de 2010

Cumplido 92: Canfranc - Vértice de Anayet - Sallent



Esta travesía ha tenido más momentos de tranquilidad y contemplación paisajística que de prisas y estrés, al contrario que la ruta de la Garganta de Navamediana, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Los inconvenientes son sobre todo de dos tipos: Por un lado, se pierde algo de percepción de aventura, ya que tenía la sensación de no ser ambicioso como montañero, de no exprimir más mis capacidades, de no querer sumar más cimas o hacer un itinerario más ajustado o exigente (la sensación de, por ejemplo, mi ascensión a La Alcazaba (Sierra Nevada) del año pasado). Se quiera o no, al cabo de años se desarrolla una especie de instinto de querer comerse uno las montañas, que si no se satisaface, deja algo de experiencia incompleta.





El otro inconveniente, en esta ocasión, era de tipo más personal, y relacionado con el hecho de ir solo. Si tienes que darte prisa en completar la ruta o te has propuesto subir a muchas cimas, estás distraído con la actividad montañera. Yo la primera tarde tenía pensado haber subido al Cuyalaret desde La Rinconada de la Canal Roya, pero como soplaba un viento frío que me echaba para atrás en la idea de vivaquear (aunque fuera con tienda) en La Rinconada, me quedé ese primer día en el chozo - refugio de la Canal Roya o Lacuart, algunos kilómetros antes, y de repente me vi solo allí con buena parte de la tarde por delante, sin gran cosa que hacer. Y aun no tengo las ganas de soledad montañera que tenía antes, al contrario.





Pero claro, el ser humano rara vez está completamente satisfecho con nada, y en el caso contrario (estrés montañero), uno echa en falta poder sentarse tranquilamente en una pradera, sin mirar el reloj ni si el sol está bajando, delante de un bonito ibón o de una montaña espectacular, y dejar que el tiempo pase sin que dicho paso se note. Impregnarse del paisaje y de la naturaleza exige quietud. La montaña no sólo se puede comer con las piernas (o con las manos en caso de trepada o escalada), sino también con la vista. Y de ahí vienen las ventajas de una actividad poco exigente, más aún por parajes tan magníficos como los del Pirineo.







Así pues, tras aquella primera tarde algo aburrida y desanimada, al día siguiente comencé a disfrutar poco a poco, cada vez más, de una ruta más que recomendable, en la que se pasa por variados ambientes, y se percibe la agradable sensación del descubrimiento propio de una travesía desde un valle a otro diferente.







Volví a pasarlo un poco regular en la subida al Vértice de Anayet, porque el terreno no acababa de parecerme muy estable, al estar húmedo y, por momentos, nevado, y la pendiente y las vistas impresionaban. En cualquier caso, no tiene gran dificultad (otra cosa es el Pico Anayet, más peliagudo). La cuestión es que aún no acabo de sentirme demasiado seguro en algunas zonas aparentemente fáciles, y quizá ese es un buen motivo para no haber sido más ambicioso en esta ocasión.







Pero lo mejor de todo vino luego, al bajar al entorno de los Ibones de Anayet. Entonces pude poner en práctica el disfrute tranquilo y merecido -tras la larga marcha- de un lugar de belleza paisajística tan singular y característica.





Llevaba mucho tiempo queriendo conocer este lugar (tal y como me había propuesto en la lista de posibles planes montañeros), atraído por las numerosas y llamativas fotos que había visto antes. Y la sensación de estar frente a esa misma fotografía, pero ahora real, e incluso sintiéndome formar parte del paisaje, me resultó muy emocionante. Ahí estaba el impresionante Midi D´Ossau, como si lo hubieran colocado a posta para encuadrar perfectamente con los Ibones de Anayet. Por supuesto, ahora era yo el que iba a tomar esas fotos...









Al día siguiente también mantuve la filosofía de seguir recorriendo con tranquilidad la zona, para visitar con calma otros parajes. A pesar de la mucha carretera e instalaciones de esquí que también me tocó recorrer, quise volver a un lugar en el que ya había estado cinco años antes, entonces con nieve y mucha gente, junto a dos buenos amigos: El Ibón de Espelunziecha:



Creo que este es el ritmo con el que merece la pena conocer o visitar por primera vez lugares como éste. Lo habitual es ascender a los picos de Anayet en una excursión de un solo día, normalmente por el Barranco de Culivillas, y supongo que la idea de emplear tres en hacer dicha ascensión puede parecer innecesario. Pero si la prioridad es llevarse un buen recuerdo, quedarse con la sensación de haberse uno saciado del paisaje, junto a alguna noche de vivac por la zona, creo que el planteamiento merece la pena. Ya habrá tiempo de mayores ambiciones y prisas en segundas visitas...











Descripción técnica de la travesía:

Primera parte (ascensión al Vértice de Anayet)

Segunda parte (ascensión a la Punta Espelunziecha)

3 comentarios:

  1. Es un lugar que conozco y, realmente, es precioso. El encuentro con el Midi y con el propio Anayet, junto al ibón del mismo nombre, cuando accedes desde Formigal, es una emoción.

    Además, con una poca nieve caída, da unos paisajes diferentes a los habituales. De nuevo, he escapado un rato leyendo tu entrada. ¡Enhorabuena y gracias!

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  2. ¡¡Pasada de fotos, otra vez!!

    Muchos besos y me alegro de que la hayas disfrutado.

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  3. Hola Alberto: enhorabuena por esta preciosa ruta, yo también la tengo en la lista de pendientes desde hace muchos años, al igual que a ti, esa foto del Midi con los Ibones de Anayet siempre me ha cautivado.
    Para ir sólo, me parece que los objetivos montañeros están suficientemente cumplidos.
    Un saludo.

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