(Viene de Plan 38).
ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.
Quizá alguno haya pensado que eso de volver a intentar la misma montaña apenas dos semanas después tenga cierta pinta de obsesión. Bueno, puede ser, pero el hecho es que, una vez realizado este cuarto y definitivo intento, creo que ha merecido la pena; me he quedado agusto. No sólo se trata de haberme quitado la espina. Es que, aunque se tratara de la misma cima, era un itinerario absolutamente nuevo para mí, con nuevos paisajes (como en los anteriores intentos), y eso casi equivale a lo que habría sido ir a otro lugar completamente distinto... Eso sí, con el aliciente de que el punto culminante volvía a ser La Covacha, con las ganas que había ido acumulando en anteriores tentativas.
Además, se puede decir que la ruta escogida parecía ser la ideal para la conquista definitiva; sobre todo su cuerda culminante, desde el Mojón Alto, era como un emocionante paseo triunfal por lo alto del Circo de Galín Gómez, desde donde, para mayor aliciente, podía ir contemplando desde lejos, y recordando desde la distancia temporal, los lugares por los que había subido en las anteriores intentonas, en una suerte de gratificantes flashbacks muy adecuados a tan perfecto final. Por cierto que iban apareciendo esas imágenes en el mismo orden en que había hecho sus respectivas excursiones. Ni que estuviera programado así desde el principio, oye. Lo que me habría perdido si me hubiera salido a la primera...
Pero la ascensión definitiva no podía ser un paseo de rosas, en consonancia con el hecho de haber tenido que acumular tantas intentonas. ¡Qué poca gracia habría tenido haber vuelto con la sensación de que en realidad estaba chupado! Y es que La Covacha no es precisamente una montaña muy accesible: Se haga desde donde se haga, exige largas rutas de aproximación, y eso conlleva largas excursiones, que hace falta que no se tuerzan demasiado en su prolongado desarrollo.
Si las anteriores tentativas habían comenzado, en general, bastante bien, tanto en el desarrollo del plan como sobre todo en eso tan importante que es sentir que estás disfrutando, y luego se fueron torciendo o se llegó a un punto que hubo que renunciar, en esta cuarta ocasión parecía que iba a ocurrir lo contrario, con el matiz de que cuando no se empieza bien del todo, no es fácil esperar un mejor final...
Primero fue una tediosa subida de Tornavacas al Puerto del mismo nombre. Un primer kilómetro del GR 10 por cansina pista cementada (ideal para los pies, con el peso que llevábamos), y con una desalentadora pendiente uniforme que no parecía acabar nunca, bajo un calor de justicia (y eso que no pegaba el sol, gracias a las nubes); el bonito paisaje del Valle del Jerte al darnos la vuelta no animaba lo suficiente: sus cerezos ahora no están ni en flor ni en fruto (lacias sus hojas), y tanto la pista como alguna infraestructura o solar artificial hacían que las panorámicas de momento no resultaran, ni de lejos, tan agradables como esperaba de este tramo; la vegetación, muy sosa (más llamativa nos había parecido antes junto a la carretera). En el resto de subida al Puerto de Tornavacas, la cosa no mejoró, salvo en el hecho de abandonar cemento por tierra; el calor aumentó al despejarse el cielo, y el tramo final estaba cubierto de alto y denso matorral: sangre, sudor y lágrimas. Un tostón, vaya.
Al llegar a las inmediaciones del puerto tendríamos que haber encontrado un camino que subiera directo hacia la Loma de los Sillares (comienzo occidental de la cuerda principal de Gredos), al este: ni rastro de él. Vale. Cogimos una pista forestal que, según el mapa, nos llevaría a dicha loma más adelante, dando un rodeo por el norte. Pero he aquí que, minutos más tarde, el acceso estaba cortado por la valla de una finca ganadera, cuya puerta cerrada a cal y canto avisaba en un cartel que el paso estaba prohibido. Vale. Rodeamos el muro de la finca hasta encontrar un lugar "discreto" por el que saltar (ya estamos, como tantas y tantas veces). Seguimos subiendo ya hacia la Loma de los Sillares junto a un arroyo (inlcuído en la finca, así da gusto apropiarse de terrenos), y volvemos a saltar otra valla para salir del cercado. Luego, campo a través por un monte bajo de roble melojo, llegamos al fin al camino de la Loma de los Sillares. Hasta ese momento (unas tres horas desde el comienzo de la caminata), yo no había tenido aún la sensación de haber empezado ninguna excursión para subir hacia La Covacha. Lo que cuesta a veces escapar de la civilización, incluso de la rural... Yo procuraba ser positivo: Pasadas las zonas agrícolas, ya no habría problemas. Además, si los demás intentos comenzaron perfectos y acabaron truncados, esta vez bien podía ser al revés.
Ya por terreno más propiamente montañero, subimos el primer desnivel considerable, y yo me empecé a notar más cansado de lo habitual: la sudada llegando al Puerto de Tornavacas parecía haber hecho mella. Al calor se unía otro hecho inquietante: ¿Cómo estarán los manantiales en ésta época, más aún considerando que la ruta, siendo tan larga, va por una cuerda y no por una vaguada? En otras palabras, ¿vamos a encontrar agua? ¿Vamos a poder beber más de la que llevamos ahora? Desde luego, donde el mapa indica la Fuente de la Mina yo no encontré nada de nada, y eso que estuve dando vueltas por la zona. Más arriba, sí vimos la Fuente del Regajo del Guarro, pero con su caño totalmente seco. Se trata de un manantial típico de zona de pradera, al que se le ha puesto un tubo de plástico para "tranquilizar" a escrupulosos a la hora de beber, y ahora sólo salía ya agua por debajo del mismo, directamente de la tierra; lo malo no era eso, sino que el agua manaba directamente a un charco que, si bien no era completamente estanco, tenía bastante suciedad: algas, lodo, excrementos, insectos... vamos, que sólo faltaba allí el guarro que daba nombre al la fuente, pero en el sentido porcino de la palabra.
No quería resignarme. Tras buscar más abajo en la misma vaguada otros posibles manantiales (infructuosamente, y de nuevo me volví a dar otra paliza innecesaria añadida a mi cansancio, como en la Fuente de la Mina), aparté las algas del punto de entrada de agua en el charco, y esperé a que se aclarase. Más tarde, ese trocito del charco en el que se veía movimiento del líquido elemento parecía muy limpio. Tumbé una botella de plástico de medio litro en la casi superficial masa de agua, con el cuello ligeramente metido en el hueco de la roca por debajo de la que brotaba. Debido a esa profundidad, apenas pude llenar poco más de la mitad de la botella. Le eché un vistazo a trasluz, y vi que no había podido evitar que entrasen algunas impurezas, algún trozo de alga, unos granitos de tierra, un insecto. Lo volví a intentar, y lo mismo. Desistí, pero concluí que, en caso de gastar la que llevaba en la cantimplora, ese sería mi recurso final, mi reserva salvadora, a costa de una posible diarrea. Sin embargo, y a pesar de la opinión de Iván, que no quiso saber nada de coger agua de ahí, yo creía que el agua, recién salida del manantial, no en la parte sucia del charco, debía ser buena. Y empecé a probarla en sorbos pequeños, mientras vigilaba a través del plástico transparente de la botella que las impurezas no se acercaran al cuello. Y parecía estar en buen estado, sin ningún tipo de sabor extraño, como había imaginado. Así, a lo tonto, me bebí casi medio litro, de dos recogidas de agua diferentes. Volví a coger más, y guardé la botella.
Tal y como lo he contado (ahora que he releído el anterior párrafo), parece que estoy preparando al lector para una posterior historia de diarreas y fiebres con vómitos, pero el caso es que nada de eso ocurrió, como yo suponía. El problema es que no era mucha más agua de la que llevábamos, y que Iván, que bebe más que yo, no quiso coger. Quedaba mucho itinerario por delante, y cuanto más arriba, menos probabilidad de encontrar más. ¿Nos daría la que teníamos para llegar a La Covacha? Tal vez, pero, ¿y para volver? La posibilidad de cumplir el plan volvía a resultar algo inestable. La cosa era, rectificar a tiempo, o arriesgar yendo a por todas...
Al mismo tiempo, la nubosidad en esos momentos era considerablemente mayor de lo que habían dicho los pronósticos... Nada parecía seguro, y tratándose de la Covacha, yo ya empezaba a tener la mosca detrás de la oreja... Volvía la incertidumbre.
Después hubo que superar otro incómodo tramo de matorral en la subida al Mojón Alto, pero en la llegada a la cima del mismo llegó al fin un momento emotivo: la vista espectacular del Circo y Laguna de Galín Gómez o del Barco. El momento paisajístico esperado, que activa el espíritu montañero en toda excursión que se precie. Aquí ya oteábamos el resto del recorrido hasta La Covacha. Y, en medio de la siempre sobrecogedora puesta de sol, nos dirigimos al inesperadamente inmejorable paraje del Tapadero, pradera al pie de la vertiente norte del Alto de Castilfrío, que elegimos, por su completa idoneidad, como lugar de vivac. El típico lugar de montaña que es, al mismo tiempo, bucólico y espectacular. Una buena noche de vivac en un sitio así era otro elmento anhelado en toda excursión de dos o más días. Parecía que, aún sin desaparecer la incertidumbre de los otros problemas, al menos las cosas empezaban a salir bien.
La madrugada siguiente el cielo apareció completamente despejado, con las estrellas adornando el aún oscuro techo. Recogimos todo rápidamente, desayunamos, escondimos los sacos y demás y, con mucho menos peso, nos dispusimos al ataque final.
Y fue una auténtica gozada. Ese recorrido, espectacular por sí solo, ganaba en la soledad y la paz de las primeras horas de la mañana, con unas vistas adornadas con luces vistosas del sol madrugador. La cuerda es accesible y emocionante al mismo tiempo. Es terreno abrupto, escabroso, pero no incómodo sino entretenido, con trepadas fáciles, con momentos de exploración de la mejor vía posible u otras alternativas, y sin exposición directa pero sensación de desnivel importante. Otra de esas crestas rocosas gratificantes, como la de la cima del Posets, o la arista este del Espigüete: No ha sido mal año en ese sentido; parece que ya le he perdido el miedo del todo, y ahora lo disfruto plenamente; me hace ilusión la idea de subir el nivel de dificultad para el futuro.
Además, es una cuerda larga, cambiente, y que con sus derivas de orientación va ofreciendo perspectivas nuevas a cada nuevo risco que se supera. Y en ese sentido, iban llegando además las panorámicas retrospectivas de los anteriores intentos. Hacia el sur, la primera ascensión por la Garganta de Galín Gómez (entonces nevada), con la Laguna Negra abajo, en cuyas inmediaciones renunciamos entonces:
Hacia el norte, el segundo intento, por esa cuerda infernal de matorral casi impenetrable, finalizando en el visiblemente prominente risco de Canchal Moreno o Mesas Altas, en cuyo destrepe norte, entonces también nevado, lo llegué a pasar tan mal:
Y luego ya desde las laderas orientales de la cima de La Covacha, hacia el este, viendo el paraje de la Garganta de los Caballeros con su laguna homónima, donde me había vuelto a quedar con cara de tonto por culpa de una inoportuna tormenta en el momento clave; cómo se me había quedado de grabada la imágen inversa (segunda foto de la entrada del Plan 38) a ésta que ahora contemplaba, con la cima ya conquistada:
Todo era realmente gratificante. Del momento de hacer cima ya no hablaré mucho más, por ser difícilmente explicable el sentimiento de plenitud en la misma, las ganas de correr de un lugar a otro de esa cumbre, de sentarme a disfrutar del hecho de estar allí, en ese punto geográfico concreto tan anhelado... Parece una tontería, tanta historia por unas meras coordendas x, y, z, pero... Gracias, Covacha, por lo que me diste.
Pero había que regresar. ¿Y del agua qué? Bueno, yo había bebido más bien poca, y de hecho seguía teniendo relativamente poca sed. Pero Iván había bebido bastante, le quedaba un culín en la botella, y aun así se notaba cada vez más deshidratado. Pronto el sol empezaba a pegar con fuerza. Convenía regresar rápido (sin provocar exceso de cansancio), para poder bajar a algún arroyo a reponer.
En el Alto de Castilfrío Iván ya no tenía agua y estaba sediento y muy cansado. A mí me quedaba menos de medio litro en la cantimplora, pero seguía sin notar demasiada sed, y me sentía en plena forma (que es como había estado todo el día, al contrario que la jornada anterior). Así pues, le pasé a su botella todo el agua que me quedaba, y me limité desde ese momento a lo que había recogido yo en el manantial del Regajo del Guarro y que tenía guardado en la botella de medio litro junto a las demás cosas en el lugar de vivac. Aun con eso, hay que reconocer que la cosa no pintaba demasiado bien. Yo contaba con el arroyo del Cardiel, cerca del cual pensábamos bajar hacia Puerto Castilla, pero para eso aún nos quedaba más de una hora...
...Pero he aquí que bajando por la vaguada norte del Castilfrío me topé con algo que no apreciamos en la subida: Escuché el ruido de un chorrillo, y cuando miré hacia el suelo, pude ver un manantial con caño de plástico y, éste sí, surtía agua por el propio tubo: Estamos salvados. Nunca una fuente fue tan inadvertida y providencial en nuestras excursiones. ¡A 2200 metros de altitud, en una elevación (Castilfrío) con sólo 100 metros más de desnivel de terreno por encima, y tras un verano especialmente seco! La verdad es que aquí el tal Murphy, el de la famosa ley, se cayó con todo el equipo. Y sí, en momentos así también puede decirse que se alimentan ideas creyentes...
El resto del descenso (que era casi todo), ya con Iván repuesto (física y psicológicamente), y con todo el peso de nuevo a la espalda, los nuevos problemas eran, inicialmente,dos: Aquello empezaba a estar intensamente nublado (y para ese día sí había predicción de chubascos); y queríamos coger el autobús de las 16:20 en Puerto Castilla (había otro, pero nos habría dejado en Madrid casi a las 23:00, con el lunes acechando tras la noche...). Ambas circunstancias nos incitaban a bajar lo más rápido posible, y así lo hicimos...
...Hasta que, ya en las pistas forestales que bajan al pueblo (pero aún muy arriba), nos encontramos con otra circunstancia inesperada: una montería: con la caza hemos topado. Hablando con uno de los cazadores (mucho más educado y amable de lo que nos hemos encontrado en otras ocasiones similares), nos enteramos de que la cacería estaba organizada por toda la ladera que nos separaba del pueblo. Vale. Volvemos a la "civilización". Las prisas con el autobús, las aficiones que obstaculizan prohibitivamente al resto de inofensivos "usuarios" del monte... Nos comentó el hombre que faltaba una media hora para que acabase (bueno, al menos podríamos bajar esa tarde), en el momento en que se empezaban a retirar los puestos de aquella zona. En el instante de subir el cazador a su todoterreno para recoger a otros, mientras nos recomendaba que esperásemos o que bordeáramos por otro lado, empezó a llover...
La tormenta acechaba, y no sabíamos si era más probable que nos alcanzara un rayo o un tiro. La Covacha parecía gritar desde lejos: ¡Vale, por fin lo has logrado, pero lo vas a pagar caro! El caso es que, con la sensación de que parecía que la montería había finalizado antes de lo que decía el hombre (tal vez por la incipiente lluvia), nos pusimos a bajar por un tramo de pista. Si nos veían ahí, difícilmente nos podían confundir con jabalís... No puedo negar que cierta sensación de tensión si llevaba... ¡esto es lo que se debe sentir en una guerra!
Parecía que efectivamente la montería había finalizado... cuando empezamos a escuchar lo que parecían gritos de jalear a bestias a lo lejos, en la dirección que nos llevaba la pista. Decidimos atajar hacia otro tramo más bajo, para no dirigirnos hacia allí, y para recortar el trayecto hasta el pueblo. Ahora bien ¿no era aún más probable ser confundidos con animales si nos metíamos entre matorrales...? La tensión continuó unos minutos más.
Cuando estuvimos ya seguros de que la montería había acabado, o estaba demasiado alejada de nosotros como para ser peligrosa, el único reto ya era no perder ese autobús de media tarde. Llevábamos dos horas bajando sin descansar, a un ritmo rápido, en ocasiones casi al trote en los atajos, y combinando campo a través de incómodo matorral con tramos de pista de duro suelo. Estábamos reventados (yo al menos, sobre todo en los pies), pero seguíamos tratando de que la excursión saliera finalmente perfecta, a pesar de todos los inconvenientes...
...Y salió perfecta. No porque nos sobrara cuarto de hora para coger el autobús (que también); no por la sensación de haber administrado razonablemente todos los problemas que habían surgido en la excursión (que también); no por la sensación de dominio montañero, de experiencia bien aplicada (que también); no por haber conquistado al fin La Covacha (que también).
La excursión había salido perfecta porque había justificado aún más todos los intentos, éste incluido, de subir a La Covacha; había vuelto a dar sentido al objetivo marcado, vistas las experiencias vividas como consecuencia de ello. Incluso en la cima, contemplando desde arriba el lugar en que me había sentido frustrado dos semanas antes, sentí que merecía la pena haber pasado por aquel sentimiento de bajón, para ahora saborear mejor el éxito. ¿El éxito de haber hecho cima? No: Él éxito de haber insistido hasta hacer cima.
Descripción técnica de la ascensión.
por fin!!!
ResponderEliminarEnhorabuena por la cima, y por lo demas...
Saludos.