"Todos somos mucha gente, todos llevamos a muchos dentro, personas con los mismos recuerdos que nosotros que nos van ganando terreno y al final nos sustituyen. En eso consiste la madurez. En no reconocerse". (Los años extraordinarios, Rodrigo Cortés)
miércoles, 6 de enero de 2010
Cumplido plan 55: Monte Perdido.
El regreso a mis lecturas montañeras ha sido toda una sorpresa. Este librito sobre la histórica conquista del Monte Perdido finalmente no resulta ser lo que de él esperaba. Es mucho más, y con un planteamiento muy original y atractivo.
De hecho, lo que esperaba como más interesante, la narración de la ascensión por su protagonista, Louis Ramond de Carbonnières, es casi lo de menos, aunque sea el texto sobre el que se asienta todo lo demás. Se trata de un relato bastante más frío y desprovisto de emoción de lo que imaginaba. Se centra más bien en las observaciones científicas (botánicas, topográficas y sobre todo geológicas) que lleva a cabo Ramond en la zona, y que no carecen de interés -ni mucho menos-, pero que adolecen de romanticismo o interés literario y alpinista. Apenas refleja vagamente esa evocación estética del paisaje y de lo inhóspito, ni el sabor aventurero que se espera de este tipo de literatura, ni tampoco queda a la altura de la magnitud del acontecimiento. Pero claro, no era esa la intención de Ramond en dicho texto.
Sin embargo, a dicha narración le acompaña un texto bastante más extenso de Rob Day, bajo el título de "Acerca del itinerario de Ramond", del cual se puede sacar mucho más jugo montañero, en todos los sentidos. Day, junto al fotógrafo Didier Sorbé (del cual se incluyen valiosas fotografías del macizo en blanco y negro), siguió literalmente los pasos de Ramond, evocando su viaje para indagar en los misterios de aquella primera ascensión, dos siglos atrás. Este texto alterna pasajes sobre la propia recreación de Day y Sorbé del itinerario, con datos biográficos sobre Ramond de Carboniers (tanto generales como centrados en la conquista del Monte Perdido).
En cuanto a la propia experiencia de Rob Day en la repetición de la ruta, aquí si podemos extraer esas emotivas expresiones de filia montañera con las que nos sentimos identificados quienes hemos hecho vivacs en alta montaña, nos hemos impregnado de lo grandioso de los paisajes violentamente esculpidos por la orogenia, hemos sentido la soledad y la paz, o hemos percibido el paso del tiempo con una escala diferente a la humanamente convencional. Y todo ello bajo la romántica búsqueda de los pasos de alguien que recorrió el mismo camino doscientos años antes. Salvando las distancias, es un sentimiento parecido a lo que reflejé en este blog cuando yo mismo recreé la ascensión a Peñalara según José Fernández Zabala.
Por lo que respecta a las notas biográficas sobre Ramond de Carboniers, aun tienen, si cabe, más enjundia. Por una lado, no están reflejadas como una relación de experiencias, sin más, sino que también se da una idea de cómo se ha investigado, a largo de muchos años, la figura de este pintoresco personaje que fue titulado como el fundador del pirineísmo, sobre todo por parte de Henri Beraldi. Porque muchos misterios han rodeado tanto su vida (profesional y personal) como su verdadero valor y personalidad como montañero, e incluso es sabido que la propia primera ascensión tuvo su "trampa" en la narración, ya que -y el propio Ramond no lo negaba- en realidad parece que sus guías se le adelantaron unos días en tal conquista. Más romanticismo y halo de misterio que el de un personaje que vale más por el mito que por la realidad, imposible. Ya que, en cualquier caso, su legado es fundamental para entender el posterior sentimiento pirineísta que desarrollarían, principalmente, Herry Russell y Franz Schrader.
Párrafo aparte merece, en cierta medida con adecuada identificación con el autor de éste blog, la relación entre la dispersa vida profesional y personal de Ramond con sus anhelos montañeros. Ramond fue alguien que nunca llegó a desempeñar una vocación definida; deambuló entre la literatura, la ciencia y la política, y al parecer sin llegar a mostrar constancia o perseverancia en ninguna de ellas. Por otro lado, solía debatirse entre sus relaciones sociales de ciudad con personajes ilustrados y la vida rural y campestre, aunque a la larga tendió claramente a lo primero. Sin embargo, después de cada fracaso en su vida profesional o sentimental, parecía coincidir alguno de los -en realidad, escasos- viajes a la montaña, al parecer reparadora de su espíritu (idea aún minoritaria en aquellos tiempos). Esto es algo que no aparece reflejado siempre en sus biografías "oficiales", e incluso se sigue sosteniendo, en contra de lo que descubrió Beraldi, que uno de sus viajes pirenaicos se debió al exilio ante la inminente Revolución Francesa. Queda pues el misterio de la verdadera vocación montañera de Ramond, qué lugar ocupaba realmente entre las prioridades de su vida, y hasta qué punto pudo ser una frustración su relativamente reducida experiencia al respecto. La conclusión final es que no se entregó al montañismo tanto como luego lo harían sus seguidores Russell o Schrader, aunque realmente amaba la montaña. El propio Ramond llegó a escribir que era su anhelo, pero sin confundirlo con el destino que encontró -o que prefirió encontrar- en otro lugar; Hay amores imposibles; Y es preciso seguir andando...
Por si todo lo anterior fuera poco (o poco interesante), acompaña al tomo de los textos mencionados otro volúmen con las fotrografías dichas de Didier Sorbé en blanco y negro, absolutamente preciosas y evocadoras. Logran complementar el espíritu del libro a la perfección. Y van a su vez seguidas de un texto de Jean Arrouye que interpreta acertadamente el valor y significado de las mismas. Efectivamente, tal y como Arrouye apunta, la fotografía de montaña de Sorbé no se queda en la estética y en la estática, sino que es reflejo del viaje realizado para poder obtenerlas. Muestran la dificultad para acceder a los lugares en que se toman, la paciente espera a las mejores condiciones de luz, y el deseo posterior de alcanzar los lugares inmortalizados. Es justo lo que desa uno reflejar cuando hace fotos en motaña, un significado interactivo de movimiento, experiencia y vivencia por el paisaje retratado (aunque claro, qué más quisiera uno que llegar al nivel de Sorbé...)
En definitiva, una obra realmente curiosa, emotiva y completa, que resulta ser un buen resumen del momento cumbre fundacional del pirineismo.
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