domingo, 31 de enero de 2010

Cumplido plan 61: Barón Rojo en directo

"Este mundo es
un campo de concentración
Pero piensa que
es posible la evasión..."

(Campo de concentración, José Luis Campuzano "Sherpa", Carolina Cortés)


Éste no era un concierto para ir de "tiquismiquis" con la búsqueda de la perfección. Tanto en el escenario como frente al mismo había elementos mucho más importantes que el nivel de calidad. Podría hablarse de nivel de calidez, más bien. Era un concierto histórico, un concierto nostálgico, una oportunidad soñada muchas veces, y un privilegio que alguno dábamos por imposible desde hace muchos años. Porque la ausencia de Bruce Dickinson en Iron Maiden, aunque pareció hacerse larga, apenas duró unos seis años, y la de Rob Halford en Judas Priest fueron doce, pero Sherpa y Hermes Calabria ya llevaban ausentes de Barón Rojo veinte añazos...

Así las cosas, no era cuestión de ponerse exigentes, porque el hecho en sí ya valía la pena. Sigo pensando que he visto al menos dos conciertos de Barón Rojo con mayor calidad musical en general, a pesar de formar parte de la larga etapa (muy digna, por otro lado) de los Hermanos de Castro con "otros músicos" (también muy buenos, en general). Y ayer comencé percibiendo el concierto como siempre, juzgando el sonido, y todo eso. Y sonaba razonablemente bien, ni mucho menos perfecto, pero muy aceptable, con cosas que se escuchaban estupendamente (el bajo de Sherpa y la guitarra de Armando, sobre todo), y con una mezcla general más que correcta, por encima de la media en la sala La Riviera; pero había momentos lo suficientemente defectuosos como para entrar en el límite de "lo que suele fastidiarme los conciertos", y sobre todo, la mayoría de las veces escuchaba más cantar al público que la voz de Sherpa, lo cual me estaba cortando bastante el rollo, porque me parecía fundamental poder escuchar LA VOZ que siempre salía en los discos y que años atrás nunca podía oír en los directos sin Sherpa; era una de las cuentas pendientes (incluso la principal, para mí); Llegaba un momento que incluso yo mismo me quedaba sin cantar (cosa que siempre hacía en todo concierto de Barón), para tratar de percibirlo. Vamos, que aquello no acababa de parecerme el concierto soñado.

Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta de que aquello tenía otros valores que juzgar. Allí estaba la formación clásica de Barón Rojo, la que tantas veces había escuchado en sus discos, y tantas veces me había lamentado de no poder ver en directo. Y lo cierto es que el carisma y liderazgo que aporta Sherpa sobre el escenario suponía una gran diferencia con respecto a cualquier concierto que hubiera visto antes del grupo. De repente, hacía la comparación mental, y me daba cuenta de la sensación de vacío que suponía recordar a las formaciones de los últimos veinte años; era como que faltaba algo sobre el escenario; como que ese grupo que había visto seis veces no eran lo que me habían contado de Barón Rojo, ni lo que percibía de sus discos en directo de los ochenta. Ahora sí tenía a los Barón Rojo de verdad delante de mis narices. Y ciertamente esa sensación si era real, al margen de la calidad objetiva del directo. A partir de ahí, el disfrute fue aumentando.

Lo cierto es que después sí llegaron, afortunadamente, los momentos en que la calidad alcanzaba el nivel mínimo esperado. Sobre todo, la voz de Sherpa pudo lucirse de lo lindo en un tema relativa e incomprensiblemente infravalorado con respecto a otros, y que yo soñaba como la mítica canción que nunca antes había escuchado en directo y encontraba aquí su ocasión perfecta para resucitar: "Tierra de Nadie": muchas menos voces del público cantando que en las anteriores, y el melodioso y cálido timbre de José Luis Campuzano inundó la sala con su reconocible e inolvidable interpretación. Emocionante.

También lució Sherpa en el homónimo "Barón Rojo", y provocó la nostalgia en los juegos de voces con el público de "Los rockeros van al infierno", muy similares a los del mítico disco en directo "Barón al Rojo Vivo" de 1984. Si yo me llegué a emocionar recordando la edición en cinta de cassette que me regalaron hace unos 15 años de ese directo, no quiero ni pensar los lagrimones que posiblemente llegaría a soltar alguno que, presente en este concierto de reunión, estuviera también hace 26 años en la grabación de dicho disco en el Pabellón de Deportes del Real Madrid. Como digo, la nostalgia era uno de los elementos clave de la noche. Allí había gente de todas las edades; el rock duro es un estilo que, al contrario que otros, reúne y acumula generaciones: muchos clásicos le siguen siendo fieles, y sigue llamando a muchos -minoritarios, pero muchos- adolescentes. Graciosa anécodata para el recuerdo: En medio del solo de batería de Hermes Calabria, que ya empezaba a hacerse monótono y cansino, grita uno del público: "¡Venga, coño, que tengo 50 tacos!" Por otro lado, La Riviera estaba anoche a rebosar. Y aunque no es lo mismo las 2.500 personas que caben aquí que tocar en el 84 ante 12.000 almas, tampoco es lo mismo que los locales para 500 personas en los que les vi las primeras veces en los noventa. Y, por supuesto, el público entregado.

Finalmente el concierto se convirtió en una apoteosis que no por esperada dejó de sorprender. Que unos tíos que alcanzan los sesenta tacos dieran un recital de rock de dos horas y tres cuartos, pegando botes con las guitarras en los últimos temas, es más que digno de mención. Y no se hizo largo, tuvo un buen planteamiento, un buen ritmo. Hubo tiempo para todo, para un repertorio plagado de clásicos, eso sí, centrado exclusiva y acertadamente en los discos entre 1980 y 1987, y con predominancia de los cuatro primeros de estudio. Sonaron sorpresas inesperadas y agradecidas como los instrumentales "Efluvios" o "Buenos Aires". Y todos los clásicos imprescindibles, casi sin excepción. Dificilmente alguien pudo decir: "se han dejado tal o cual canción".

Hay que reconocerlo. Con sus defectos, con su imperfección, el concierto de anoche de Barón Rojo fue histórico e inolvidable. Qué pena que no me pillara con diez años menos, cuando tenía más capacidad de disfrutar sin exigir tanto, y cuando el estilo me gustaba más que ahora (alguno podría llamarme en parte "desertor del rock"); Creo que me lo hubiera pasado más a lo grande. Pero bueno, tampoco estuvo nada mal. Mereció la pena ir, sin duda.

REPERTORIO (no en ese orden, pero sí en ese concierto...)

"Concierto para ellos"
"Tierra de Vándalos"
"Incomunicación"
"Campo de concentración"
"El malo"
"Se escapa el tiempo"
"Hermano del rock and roll"
"Con botas sucias"
"Las flores del mal"
"Buenos Aires"
"Rockero indomable"
"Tierra de nadie"
"Caso perdido"
"Herencia letal"
"Son como hormigas"
"Satánico plan (Volúmen brutal)"
"El Barón vuela sobre Inglaterra"
"Breakthoven"
"Cuerdas de acero"
"Barón Rojo"
"Hijos de Caín"
"Larga vida al rock and roll"
"Los rockeros van al infierno"
"Resistiré"
"Efluvios"
"Siempre estás allí"
"Los desertores del rock"
"Casi me mato"

Larga vida a los cabezotas melenudos que se resisten a desaparecer.
Larga vida a esa música hortera, macarra y pasada de moda, que es la mejor.

¡¡LARGA VIDA AL BARÓN!!

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