sábado, 23 de mayo de 2009

Cumplido plan de ESCAPADA 25: La Alcazaba (Sierra Nevada)

(Ésta sí que ha sido una verdadera escapada...)


De Alcazaba



ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados, ni tampoco es del todo aconsejable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias. Esta vez, más que nunca desde que escribo el blog, poned cuidado si queréis llevar a cabo ésta ruta, especialmente en similares condiciones de nieve.



De Alcazaba



Dije en el plan 24 (Sierra del Valle, Gredos oriental) que aquella había sido la mejor escapada montañera en lo que iba de año 2009 y también desde que escribo en el blog. Pues bien, este plan 25 ha ido más allá: sin duda, una de las experiencias montañeras más memorables que he vivido nunca, ocupando puesto de honor junto a otras como Picos de Europa 2004, Garmo Negro 2008 ó Candelada – Almanzor (2003 – 2008).

Sin embargo, resulta significativo el hecho de que de la Sierra del Valle volví emocionado, exultante, con ganas de hacer poesía facilona en este blog y “fliparme” un poquillo, mientras que de Sierra Nevada me he traído un temple bien distinto, más relajado, más reflexivo, más satisfactorio y ordenado. Estos tres días he vivido una experiencia más completa y exigente que la de Gredos oriental, con más necesidad de exprimir mis capacidades y sobre todo de gestionar la ruta con la mayor de las coherencias posibles, en todos los aspectos; y eso, teniendo que pasar por algún que otro momento algo tenso o cercano a peliagudo. Es decir, me he visto obligado a vencer mis miedos, y lo he conseguido con una templanza que jamás habría imaginado, ni de lejos, en mí mismo, yo que precisamente soy dado a complicarme la vida psicológicamente más de lo necesario. Y he vuelto a la rutina diaria con una sensación mucho mayor de autocontrol, de que no hay complicación o estupidez humana a mi alrededor –o propia- que deba amargarme la existencia. Me produce sonrojo reconocerlo, pero quizá esa extraña sensación sea lo que algunos adultos “bien pensantes” llaman “madurez”; la verdad es que me cuesta creerlo en mí (esto no es falsa modestia, quienes me conocen saben que soy algo “Peter Pan”), pero tal vez lo sea realmente.

Voy a tratar de relatar la experiencia y sensaciones vividas durante la ruta, para poder introducir las conclusiones finales que he sacado de la misma. Aunque para más detalles de tipo técnico, quizá pueda ser más completo leer antes las descripciones que he hecho para Pirineos 3000 (ver enlaces abajo).


De Alcazaba



El primer sentimiento reseñable del viaje lo viví aún en el autobús de Granada a Trevélez, el viernes por la mañana, al paso por los preciosos pueblos alpujarreños de Pampaneira, Bubión y Capileira. Aparte del inmejorable enclave y de la bonita arquitectura tradicional que cualquiera puede admirar aquí, yo recuperé el agradable recuerdo de la última vez que estuve en este lugar, año y medio antes, con un buen grupo de amigos. Entonces hice esta descricpión de nuestra subida al Mulhacén para Pirineos 3000, la cual, lejos del estilo técnico o del tono montañero solitario - romántico que me caracteriza, parecía más bien una exhaltación de la amistad, que leída después me parecía quizá un pelín empalagosa. Sin embargo, estando de nuevo por Las Alpujarras, y volviendo a mí los sentimientos de amistad que viví en aquel viaje de octubre de 2007, entendí perfectamente por qué me salió dicho tono en esa descripción. Y ahora estaba de nuevo por allí, pero ésta vez sólo. Y sin embargo, no estaba triste; al contrario: esa soledad reforzaba el sentimiento de recuerdo hacia los buenos amigos, me hacía valorarlos más. Es eso que alguna vez se ha dicho de manera sentimentaloide, pero que es un sentimiento psicológico real: lo importante de los amigos no es que estén presentes físicamente, sino que de hecho están siempre contigo emocionalmente, y te los llevas inevitablemente allí donde has estado con ellos o allí donde a ellos les habría gustado acompañarte. Lejos de la nostalgia, este sentimiento me llenó muy positivamente y me dibujó una sonrisa en la cara.


De Alcazaba



Ya metido en la faena montañera en si misma, la subida del viernes por la tarde de Trevélez (1.478 m.) a Siete Lagunas (3.000 m.) con macutón de travesía bien cargado (ropa de abrigo, saco, tienda, crampones, piolet, comida para tres días...) me fue dejando buena huella en mi estado físico. No es que me sintiera tan bajo de forma como en ocasiones anteriores, pero sí que llegué algo tocado a las inmediaciones de la Laguna Hondera. Como ya estaba anocheciendo y empezaba a hacer bastante frío, quise poner la tienda antes de cenar. Lo cierto es que ya tenía cierta sensación de hambre, que durante la complicada operación de montar la tienda de Iván (y eso que ya tenía experiencia, pero parecía haber olvidado detalles) se fue acrecentando; el esfuerzo se magnificaba por el molesto viento. El hecho es que tardé más de la cuenta, y para cuando pude sentarme a comer el hambre ya rozaba la náusea; tuve que ponerme a tragar con esa desagradable sensación. Ésto no era sino la antesala de una excursión que, dada la magnitud y complicaciones de la ruta, estaba llamada a ser ligeramente estresante, con pocos momentos para quedarse un buen rato en plan contemplativo. No es que fuera exagerado (ni de lejos como la ascensión del año pasado al Almanzor desde Candeleda), pero tampoco una tranquila y despreocupada excursión, ni mucho menos, y más aún con un estado de forma que todavía no es el que fue precisamente en 2008. Y sobre todo, era una ruta en la que, como sabía previamente y pude corroborar, era importantísima la planificación, la correcta gestión sobre la marcha, la dosificación de fuerzas y objetivos, etc. Pero lo mejor de todo es que, sin llegar al romanticismo reflexivo del anterior plan 24 (Sierra del Valle), sí pude ir percibiendo sensaciones y lecciones realmente enriquecedoras y emocionantes.


De Alcazaba



El primer momento emotivo fue, con cierta lógica (aunque no siempre tiene por qué ser así), la llegada a la cima del objetivo principal, La Alcazaba (3.366 m.). Aún me quedaba por vivir lo más memorable de la ruta, e incluso por ver los mejores paisajes, pero en ese momento (media mañana del sábado) pude saborear la grandeza de este ambiente montañero con mayor poderío del que había percibido hasta ese momento del itinerario. Momentos difíciles de describir. Por si fuera poco, en la cumbre me encontré con una placa (no voy a entrar ahora en la polémica del exceso de homenajes y demás adornitos puestos por el hombre en espacios naturales bellos por sí mismos), en la cual pude leer una lúcida frase: "El montañismo es la ciencia que estudia la belleza de lo inhóspito". Me encantó, la entendí sin esfuerzo alguno, me pareció que el solitario momento en aquella esforzada cumbre de espectaculares vistas hacia la vertiente norte casaba perfectamente con la metáfora expresada en esa placa (quizá dejaría de ser metáfora si en vez de "ciencia" dijera "filosofía"). Me pareció formar parte de ese gremio científico, de esa corriente filosófica, más aún después de tantas páginas leídas de libros sobre el tema (especialmente ahora con "El Sentimiento de la Montaña").


Pero, como digo, lo mejor o más importante de la ruta estaba por llegar. Tenía cierta incertidumbre o dudas sobre por dónde iba a regresar. Lo que más ilusión me hacía era completar la travesía por la vertiente norte, bajando a Güéjar-Sierra: tenía más entidad como ruta completa, y me llevaba a paisajes aún no conocidos de ésta sierra, previsiblemente más bonitos y vistosos. Pero dependía de cómo me impresionara (=asustara) o no la mencionada vertiente norte: su pendiente y la cantidad de nieve resistente. Visto desde la cima de La Alcazaba, el Puntal de Vacares (punto de paso obligado) no me asustó, y por tanto decidí seguir con el plan más atractivo. A partir de ese momento, renunciaba (en principio) a volver a la vertiente sur o a bajar a las pistas de esquí de Pradollano, alternativas más factibles para llegar a tiempo al autobús de Granada del domingo a las 15:00, para el que tenía comprado el billete (de otra manera seguramente se habría agotado), y me obligaba a estar en Güéjar-Sierra para coger el de las 13:00 ese mismo día (domingo). Ésto significaba que cuanto más me acercara al Puntal de Vacares, más me alejaba de las mencionadas alternativas de la vertiente sur o Pradollano, y más ponía en riesgo perder ese autobús de Granada a las 15:00 (en caso de no poder o no atreverme a bajar hacia Güéjar-Sierra). En ese momento no pensaba en estos detalles, ni mucho menos, sólo pensaba en la propia logística de la excursión montañera en sí, y difrutaba de los paisajes; pero era una cuestión que estaba ahí.


De Alcazaba



En los siguientes tramos de rodeo de la Alcazaba para buscar la ascensión más cómoda al Puntal de Vacares comencé a vivir momentos ligeramente tensos. En la más completa soledad, por unos imponentes parajes desconocidos para mí, tuve que atravesar unos ventisqueros cuya nieve estaba bastante blanda e inestable, pasando por algunas zonas de aparente (digo "aparente" porque así me lo parecía, sin realmente saberlo) acumulación en hoyas o pozos; en un momento dado pude ver, a no más de cinco metros de mí, un agujero casi perfectamente circular en la nieve, de aproximadamente un metro de diámetro, y cuya profundidad no podía precisar pues el propio suelo me tapaba la perspectiva de su grosor desde mi ángulo de vista oblícuo (tendría que haberlo visto pegado a su borde, pero precisamente a eso no me atrevía...). También tuve que cruzar la vaguada del Barranco del Goterón, por un puente de nieve (más bien blanda) bajo el cual corría el agua... En esos momentos tenía miedo, al mismo tiempo, al resbalón, a hundirme hasta las rodillas, a provocar una pequeña colada (o mini - alud) de nieve, o directamente a la rotura de la nieve bajo mis pies. Situaciones tensas, en las que seguramente me iba moviendo como si aquello fuera un campo de minas antipersona. Quizá el riesgo objetivo no era tan alto como percibía, pero mi relativa ignorancia en el tema me llevaba a esa tensión. Aunque, visto desde otro punto de vista, quizá esa ignorancia me impidió percibir precisamente que ese peligro era aún mayor de lo que me llegaba... no sabría decirlo...


De Alcazaba



Tras relajarme un poco mientras comía, podía escuchar el derrumbe de las cascadas de hielo que aún aguantaban en la pared norte de los Tajos del Goterón; me giraba y veía caer rodando enormes (desde lejos, pequeños) bloques blancos por la ladera (la famosa bola de nieve). No había nadie más por allí para ver aquello: la montaña parecía estar llamando única y exclusivamente mi atención.


De Alcazaba



Subí tranquilo y confiado durante un buen rato por la Loma de Vacares hacia la cima del Puntal. Cuando, casi en la cumbre, me asomé por la cresta del Tajo Loma de Vacares y pude ver la mole noreste de la montaña, con su imponente y empinada bajada nevada hacia el Collado de Vacares (por donde, pensaba, habría de seguir la ruta luego), volvió la tensión. Aquello parecía más complicado de lo que esperaba: ¿Con el macutón iba a tener que bajar por ahí? ¿En solitario? No, seguramente no me atrevería: Ya me había metido en un buen brete. Por un lado, ¿en qué momento iba a renunciar? ¿Daría con el límite de lo que soy capaz de hacer o lo sobrepasaría por un exceso de osadía? ¿La decisión entre atreverme o no, hasta qué punto sería racional o estaría influída por el miedo? Por otro lado, en caso de rectificar, tendría que volver por donde había venido: de nuevo, los neveros "del miedo"; además eso significaba que, siendo lo tarde que era, volviendo a Trevélez o Pradollano seguramente no podría llegar a tiempo al autobús de Granada del domingo a las 15:00... no sabía si habría plaza en autobuses más tarde, me arriesgaba a tener que llegar a Madrid a las 2 de la mañana, teniendo que madrugar el lunes a las 6:30... e incluso me arriesaga a no poder coger un autobús hasta el propio lunes, impidiéndome incluso el ir a trabajar... ahora sí me acordaba de éstos detalles... pero el lugar en el que aún eran posibles las alternativas eran las inmediaciones de La Alcazaba, no del Puntal de Vacares donde estaba ahora. Todo esto, añadido a lo inhóspito del lugar, al hecho de estar solo, a no tener cobertura en el móvil... Un buen brete, aparentemente...


De Alcazaba



Y, no sé cómo, resolví la situación psicológicamente muy bien; empecé a vencer ese miedo, a apartar de mi camino la tensión, de manera paulatina y supongo que medio instintiva, poco a poco, casi sin percibirlo; había llegado a volver a preguntarme, como en el Garmo Negro, por qué me empeñaba en pasarlo mal... pero el hecho es que no busco ese miedo en la motaña, en todo caso, a veces me encuentro con él. Y ahora era el momento de enfrentarlo, para poder continuar.


De Alcazaba



Llegué a la conclusión de que lo que menos me importaba era poder ir a trabajar o no el lunes (de eso no tenía ni miedo ni siquiera interés). Podía temer la preocupación que pudiera generar en los míos el hecho de volver más tarde de lo esperado, e incluso de tardar más de la cuenta en poder dar noticias, pero contra eso no podía hacer nada, y en cualquier caso regresar finalmente en buenas condiciones apartaba dicha preocupación. Por lo tanto, adiós a las cuestiones del mundo real. Estaba en la montaña, y era de la montaña de la que tenía que bajar sano y salvo. En esa situación, el hecho de bajar, más tarde o más temprano, por uno u otro sitio, volvía a ser algo no vital, sino una cuestión de superar el reto incial o no, y de disfrutar de nuevos paisajes o no, pero no tenía mayor importancia: por lo tanto, nada perdía por comprobar si me atrevía a bajar del Puntal de Vacares hacia Güéjar-Sierra, y si me daba inseguridad, volvía por el otro lado y punto. Además, llevaba la tienda para vivaquear donde hiciera falta, aunque mi idea incial fuera el Refugio de la Cucaracha. Así pues, fuera miedos, y a ponerse a pensar.


De Alcazaba



Desde la cima, la bajada directa por la rocosa arista norte hacia el Collado de Vacares era, definitivamente, prohibitiva para mi nivel y tranquilidad. Había que mirar la opción en principio menos imaginable: la muy inlcinada ladera oeste. Sin el macuto, me puse a buscar una bajada por dicho lugar, y seguí todo lo que pude hasta estar seguro de que no tendría excesivo problema, hasta llegar a un punto en que la continuación se viera completamente clara. Llegué a usar una foto hecha desde la Cima de la Alcazaba para ver desde otra perspectiva lo que ahora no podía ver allí. Este tipo de exploración, hecha como mero juego o entretenimiento, ya la he podido disfrutar sin tensión alguna en ocasiones como en el plan 21 de este blog (intento de subida a la Peña del Rayo en La Pedriza) o más satisfactoriamente en mi ascensión al Cerro de los Hoyos, también en La Pedriza, y me parece un tipo de actividad montañera realmente gratificante; pero ahora, en el Puntal de Vacares, tenía un componente de necesidad, porque seguía siendo mejor opción, logísticamente, bajar a Güéjar-Sierra; Es como si estuviera aplicando con utilidad el aprendizaje de esas otras exploraciones más lúdicas. En cualquier caso, definitivamente saqué muy buen partido a la exploración, y pude bajar, no sin cierta precaución por lo descompuesto del terreno, para poder continuar sin mayores problemas.


De Alcazaba



Pero para entonces se me había hecho más tarde de los cálculos iniciales, y tenía por delante una muy prolongada y empinada bajada por la llamada Loma del Calvario (encima, ese nombre...). Me convenía bajar lo máximo posible para ir adelantando el regreso de la mañana siguiente a "tierra firme" y también para poder pernoctar en el mejor lugar posible (por ejemplo, llegando al límite del bosque, como de hecho logré).

Y sin embargo, esta bajada, aun a pesar de lo precipitado (casi corriendo por momentos) y de lo cansino para músculos y articulaciones de las piernas (aunque entonces ya no sentía fatiga alguna y de hecho me notaba fuerte), esta bajada, digo, me pareció emocionante. Por un lado, esa situación, y más aún después de lo vivido, tenía el sabor de la aventura, pero aventura real, no buscada aposta (yo quería haber bajado con calma por allí). Por otro lado, los paisajes de la vertiente norte de Sierra Nevada eran impresionantes: a medida que se iba abriendo la perspectiva, que el Mulhacén iba apareciendo de detrás de La Alcazaba a su derecha, las paredes de éstas moles gnéisicas iban ganando en espectacularidad, con sus inmensas laderas y faldas de pendiente interminable, y con la lejana figura del Veleta de fondo. De las cuatro ocasiones en que he estado por Sierra Nevada, me he dejado para ésta última las mejores panorámicas, con diferencia, y además con la presencia de la nieve. Son las mejores vistas que han recibido mis ojos desde que estuve el verano pasado en Los Alpes, sin duda alguna. Y digo más, creo que esta Vereda de la Laguna de Vacares es una de las sendas más interesantes que he recorrido por toda la Península. Hasta ahora Siempre ponía a Gredos en tercer lugar después de Pirineos y Picos de Europa; ahora tengo mis dudas... Pero es que además estaba la puesta de sol; La Loma del Calvario está orientada hacia el noroeste y sin obstáculos orográficos de por medio (en su parte más alta), con lo que en esta época del año tenía la ventaja práctica de que me iba a aguantar la luz más que a nadie, y la paisajística de añadir el condimento del color a las vistas. Según bajaba rápidamente por ella iba viendo el rojo fuego de las nubes; cuando me paraba y giraba la cabeza atrás, la sierra iba cambiando sus tonalidades poco a poco, en un auténtico espectáculo. ¡Qué gozada! ¡Qué privilegio! ¡Y todo por un aparente incidente en el Puntal de Vacares!


De Alcazaba



De lo que siguió, poco más que añadir: Que al final se me hizo de noche demasiado pronto como para bajar al Refugio de la Cucaracha (de lo que me alegré pues lo tendría que haber compartido con más gente, como comprobé al día siguiente) y vivaqueé entre los pinos de una repoblación; Que a la mañana siguiente pude disfrutar del precioso valle del Río Genil, con su frondosa y rica vegetación; Y que, al final, casi podría decirse (o sin el "casi") que la travesía y todo el viaje me salieron perfectos, según lo planeado.


De Alcazaba



Y aquí llegan las reflexiones finales. El por qué de lo memorable de ésta experiencia, más allá del mérito o no de los objetivos logrados, o el propio disfrute de los espectaculares paisajes mencionados. Porque, la verdad, casi obvia decir que lo de menos es tener dos nuevos “tresmiles” en la lista, o de hecho ser la primera vez que hago dos cimas de dicha altitud en un mismo día.

Dije en el plan 24 (Sierra del Valle) que el montañismo es un juego. No me desdigo ahora. Sólo añado: El montañismo es el juego de la vida. Soltado así, de sopetón, suena a frase empalagosa propia de un “friqui” de la montaña. Lo asumo. Pero es que así lo he sentido:

Llego el domingo por la tarde a Madrid después lo narrado, y me encuentro a mis amigos y conocidos del barrio. Hablamos por encima (superficialmente, nunca mejor dicho) del viaje, y surge la inevitable sensación de que, por mucho que cuentes, no vas a poder transmitir ni un ápice de lo que has vivido y sentido, así que prefieres quitarle importancia al asunto con la típica frase socarrona: “pues nada, por ahí he estado, haciendo un poco el cabra…”; a lo que Luis contesta (con la mejor de las intenciones): “No hombre, es una bonita afición.” Afición. Pues sí. Incluso yo aún le quito más trascendencia: “Un friquismo como otro cualquiera”, digo… Pero…:

Dicen muchos psicólogos que, al margen de la remuneración, la posición social y la mejora del nivel de vida, la importancia de ascender en la carrera profesional tiene que ver con un espíritu instintivo de superación; que la persona necesita ver un progreso en su vida, también profesionalmente, para sentirse bien, realizado. Pero, ¿qué ocurre cuando uno es tan radical que no ve una perspectiva en el mercado laboral existente que le satisfaga personalmente; que casi todo a lo que aspira por su preparación le parece tan carente de interés o motivación que ha dejado de creer que merezca la pena complicarse la vida pensando que es el trabajo lo que le va a hacer feliz? ¿O que los escasísimos puestos que le gustarían son tan accesibles y complicados como que te toque una quiniela? Pues que prefieres dejar de complicarte la vida y llegar a la conclusión de que el aspecto profesional no es el que te va a hacer sentir realizado. Pero entonces, ¿qué pasa con esa necesidad de superación? ¿Con ese instinto del que hablan los psicólogos? Yo ya lo había sentido previamente, pero tras Sierra Nevada, la Alcazaba y el Puntal de Vacares no me quedan prácticamente dudas. Es así de simple, y puede sonar todo lo friqui que se quiera: Siento el montañismo como una verdadera vocación.

Además es que se viven experiencias que realmente son casi vitales, como he narrado en esta entrada. Preparar y realizar una ruta para subir a una montaña puede no ser necesario, pero volver con plena integridad física de esa ruta sí lo es. Es una aventura vital real, sea cual sea la dificultad vivida. O el hecho de buscar agua en manaderos y arroyos, o vivac para pernoctar. Es la vida misma, no es un folleto de turismo de deportes de aventura, tan de moda últimamente. Y muchas veces se dice que por qué a algunos montañeros les gusta jugarse la vida. En mi caso no me gusta, de hecho no lo busco, huyo de las situaciones demasiado complicadas, no quiero pasar miedo. Pero cuando inevitablemente (o alguna vez por error) me lo encuentro, sí aprecio el hecho de vencer la dificultad o el riesgo. Y en mi caso hablamos de un nivel muy, muy modesto (no soy escalador, ni clásico ni deportivo). Pero esa superación del miedo me hace sentir mejora en mi autocontrol mental, cosa que en mi caso considero muy meritoria y necesaria (ya lo digo en mi perfil, soy un come – cocos). En cualquier caso, no sólo la montaña, sino la vida misma, es superación de obstáculos, y es riesgo. Cuanto menos riesgo, mejor, pero está ahí y aparece: quien no se arriesga, no vive. ¿Qué diferencia hay, en ese sentido, con la montaña?

Por otro lado, no creo que en este mundillo montañero llegue nunca a lograr algo con el mérito suficiente ni como para aparecer en un recuadrito pequeño en las páginas finales de un periódico deportivo. No creo que vaya a contar con reconocimiento social alguno. A nivel de todo lo que se hace y se ha hecho ya, visto desde fuera (y desde dentro), lo que hago no es gran cosa, soy aficionado (la “afición” a que se refiere Luis). Por lo tanto, eso me añade otro rasgo inevitable: la humildad. Y no me desagrada, al contrario. Si puedo vivirlo yo y compartirlo con mis amigos (con los que tengo cierta afinidad en esto, quiero decir), ¿qué más puedo pedir? Hay millones de personas que nunca llegarán a sentir ni la enésima parte de realización personal, sencillamente porque su situación vital se lo impide. Y, francamente, vivir experiencias como ésta de Sierra Nevada es algo impagable, propio de privilegiados: No lo cambio por prestigio social, ni por un palacio, ni por un cochazo. Alguno dirá: “Con ese cochazo o palacio podrías pagarte muchas más excursiones como esa”: Primero, no hace falta ser rico (económicamente) para vivir una experiencia como esa. Segundo, y más importante: La experiencia vivida, no me la quites, no me la cambies por ninguna cantidad de dinero, pues me quitarías algo que no se puede comprar: me quitarías lo que soy.

Planificar, ascender, disfrutar, sentir, impresionarme, superar, fotografiar, regresar, describir, narrar, plasmar, compartir… Si puedo seguir haciendo todo esto (y añadiendo otras posibles formas de expresión relacionadas) el resto de mi vida y disfrutarlo como ahora mismo, creo que quizá podré considerarme razonablemente feliz.


De Alcazaba




Una Post-Data literaria...

Resulta que, con buena parte de esta entrada kilométrica ya escrita, he leído esta mañana un par de cosas en "El Sentimiento de la Montaña" que vienen a corroborar lo que expreso aquí, lo cual me hace sentir menos "enajenado", más "comprensible" en mi afán de sentir la montaña como una vocación.

Por un lado, está este texto de Gaston Rébuffat: "Aceptar llevar una mochila, dormir más o menos bien en un refugio, a veces en un vivac, tener frío y luego calor, quizá también hambre y desde luego sed; partir sabiendo que no se podrá interrumpir el juego, es decir la ascensión, aunque se experimente fatiga o el tiempo empeore... Es un hermoso sentimiento, sobre todo en nuestra época que olvida cada vez más que se poseen unos músculos y una cabeza que no exigen sino ser empleados y cuya fatiga nos procura una paz e incluso una alegría interiores... en una época en que todo está cada vez más previsto, programado y organizado, poder extraviarse pronto será una delicia y un lujo excepcionales".

Por otro, y más parecido aún a lo que yo ya había escrito para publicar aquí, éste otro de los propios autores del libro: "El tuétano del sentimiento estriba en que el verdadero montañismo -el más frecuente- no es un juego añadido, sino que implica la vida. Es decir, por un lado, la atracción de la montaña se mantiene como un eje vital en el desarrollo y la pericia de la persona; además, su práctica requiere voluntad, proyectos (¡planes!), entrega, esfuerzo -a veces valentía y generosidad-, tiempo, internamiento en un mundo distinto y posesivo o, dicho de otro modo, requiere vida, se vive al llevarlo a cabo, se le conceden días, noches, temporadas que constituyen pasados, presentes y futuros, que remodelan a las personas y establecen lazos de comunidad entre ellas; hay gozo frecuente y hay exigencia de capacidad de superación de adversidades; por último, el montañismo intensifica la sensación vital por la extrema fuerza y belleza del escenario, por la obligación de una respuesta activa y por la tensión de ciertas experiencias, a veces en los límites de la vida".

Así pues, de "friquismo como otro cualquiera", nada de nada...


De Alcazaba


Descripciones técnicas de las ascensiones:

Ascensión a La Alcazaba.

Ascensión al Puntal de Vacares.

Todas las fotos de la travesía. Ojo que esta vez son muchas...

2 comentarios:

  1. Chapo por esta maravillosa entrada.Nunca he sabido muy bien explicar el verdadero amor que siento por esta aficción y lo que me hace sentir. Puede parecer muy cursi , pero es así. Has sabido explicar de maravilla esos sentimientos.

    Enhorabuena y a seguir disfrutando de todo esto.

    Sonia

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  2. Vaya, me siento sonrojado y al mismo tiempo muy agradecido por tus palabras, Sonia. Yo sigo pensando que me quedo corto para expresar realmente (si es que se puede) lo que siento, que hay algo en todo esto que no puede explicarse, sólo puede sentirse, estando ahí arriba. Pero si alguien que comparte conmigo el amor por este mundo comprende lo que aquí explico, me siento sobradamente satisfecho.

    Y, sobre todo, gracias por leer semejante ladrillo...

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